La cultura dominicana es rica en mitos, leyendas y creencias de gran fantasía creativa, cargada de valores y moralejas que han pervivido de generación en generación en la tradición oral y escrita.
Una de las leyendas más conocidas del folclore dominicano es La Ciguapa, una criatura mágica de pies invertidos y larga cabellera que aparece en cavernas y ríos.
En la versión campesina más socorrida, la ciguapa es una mujer tímida y tan hermosa que el hombre que la ve se enamora y desaparece en su mundo nocturnal.
Su origen ha sido relacionado con la princesa ciguaya de Samaná llamada Onaney, amante del cacique Caonabo, quien, agobiada por su muerte, se refugió en una cueva con sus doncellas, según recoge la obra “Lo Dominicano/All Things Dominican”, de la Global Foundation for Democracy and Development (GFDD).
En su camino a la cueva, Onaney y sus doncellas caminaron de espaldas para no ser rastreadas.
Vigorizada a lo largo de siglos, esta leyenda se mundializa en Internet y deja huellas en las artes plásticas, la música, la literatura y la cinematografía dominicanas.
Mujer fantasmal que ronda los montes en el silencio de la noche en busca de hombres para encantar. El hombre desaparece cuando la abraza. Evoca a las opías de la mitología taína, fantasmas que asumían un cuerpo para enamorar a los hombres y se evaporaban cuando estaban en sus brazos, según las historias recogidas por el fraile Ramón Pané.
“Las montañas del Bahoruco se hicieron famosas hace cinco siglos como refugio de indígenas y esclavos fugitivos”, tal como se refiere en Lo Dominicano/All Things Dominican. De esos remanentes surge la leyenda de los Biembienes, seres salvajes que habitan en clanes escondidos de las montañas. Corren desnudos, emitiendo gruñidos como único lenguaje. “Se mueven en grupos para salir de noche a robar los sembradíos, y, como la ciguapa, dejan sus huellas al revés para confundir a sus perseguidores”.
Como otras culturas del mundo, los dominicanos tienen su propia leyenda de transformismo en los galipotes. Según lo recogido en “Lo Dominicano”, los galipotes son hombres que se convierten en animales o en objetos inanimados, como troncos de árboles o piedras. “Son seres crueles y violentos”, inmunes a las armas. El galipote que se transforma en perro es un “lugarú”, palabra proveniente del francés loup-garou, el legendario hombre lobo o lobizón de la leyenda licantrópica universal. Los que temen encontrarse con un galipote en los montes se protegen con cruces de madera cortada en Viernes Santo y armas blancas consagradas con agua y sal.
Con características similares al galipote, el zángano o zancú cambia de forma a voluntad, camina a zancadas de enorme altura, vuela como pájaro nocturno, corre, trepa y desaparece a la velocidad del relámpago.
Habitantes aborígenes de ríos, lagos y cuevas sumergidas. Son inofensivos y generosos con sus conocimientos de yerbas medicinales. Esta leyenda se combina con una práctica religiosa y curandera del campo dominicano, donde hombres y mujeres afirman haber sido “llevados debajo de las aguas” para ser entrenados en las artes curativas y en la habilidad de canalizar los espíritus de caciques aborígenes a los que rinden culto.
Además, se vincula al cemí taíno Opiyelguobirán, quien huyó de la vista de todos al llegar los españoles. Se hundió en una laguna y nunca volvió a salir. (Lo Dominicano/All Things Dominican).
En la leyenda popular derivada de Europa, las brujas son seres maléficos que adquieren poderes pactando con el diablo. En la tradición nacional, se “convierten en aves de buen tamaño y revolotean sobre las casas, emitiendo graznidos espantosos…se quitan la piel antes de volar, la ponen en remojo en una tinaja, y alzan el vuelo diciendo “sin Dios ni Santa María”, según las historias compiladas en el libro “Lo Dominicano”.
Las marimantas son seres indefinidos que aparecen envueltas en sábanas blancas y salen por las noches en busca de niños malcriados. Si son atrapados, los padres los reclaman y los niños se vuelven obedientes.
Otro indefinido personaje inventado para asustar a los niños cuando no quieren comer o dormir. La amenaza del “cuco” o “coco” es también típica en España y en países latinoamericanos.
En el folclore dominicano se les llama nimitas a las luciérnagas luminiscentes, y se cree que son almas de niños difuntos que vuelan y emiten luz para cuidar a sus seres queridos.
En esta creencia vinculada al vudú, los hechiceros pueden reanimar a un muerto para convertirlo en esclavo. También se cree que los brujos pueden inducir un estado cataléptico en los vivos empleando una combinación de drogas neurotóxicas. Se cree que la sal los despierta del letargo.
Es un paquete o poción que un brujo prepara por encargo con sustancias dañinas y rituales mágicos para enfermar o matar. El guanguá se coloca un martes o viernes en el camino de la persona a la que se quiere hacer daño. Para neutralizar sus efectos, debe ser barrido o retirado con la mano izquierda haciendo la señal de la cruz con la derecha, según cuentan los creyentes.
Las miradas envidiosas, se cree, pueden enfermar a los niños. A esto se le llama mal de ojo, y es costumbre acompañar cualquier gesto de admiración a un bebé con la exclamación “Dios lo proteja”. Los azabaches negros se colocan en las muñecas o en el cuello de los recién nacidos para contrarrestar el mal de ojo.
Se cree que las hachas precolombinas tienen el poder de repeler los rayos y los truenos, y por eso las llaman piedra de rayo.
Una extendida creencia dominicana entre los segmentos pobres es que las personas que progresan económicamente de manera rápida tienen la ayuda y protección de un bacá, ser demoníaco al que han vendido su alma, a quien tendrán que pagar, en adición, con la vida de los seres queridos.
Esta es un espíritu que ronda los sueños. Tiene una mano llena de hoyos y otra llena de riquezas para darlas al que logre agarrarlas ensartando con cualquier objeto uno de los agujeros de la mano.
A la primera lluvia del mes de mayo la consideran salutífera muchos dominicanos, quienes la recogen en cántaros, se bañan bajo el aguacero o se la pasan por la cara para rejuvenecer y despojarse de las arrugas.
En los campos hay “especialistas” con poderes de amarrar el agua en tiempos en que mucha lluvia puede dañar las cosechas. Estos amarradores de agua caminan sin mojarse en medio de la lluvia, el agua cae en sus espaldas, según las creencias campesinas.
Es un método antiguo que se emplea en el campo dominicano para pronosticar las lluvias del año y planificar las siembras. Los primeros 12 días de enero indicarán el comportamiento del tiempo, cuándo habrá lluvia o sequía en los siguientes meses. Con variaciones, las cabañuelas se usan también en España y en el continente americano.
Fuentes y referencias
Lo Dominicano/All Things Dominican, 2016, Global Foundation for Democracy and Development (GFDD).