Artesanía
Aunque presenta numerosas diferencias de una provincia a otra, la artesanía dominicana es una rica manifestación artística que conjuga diversos elementos de las culturas taína, española y africana. Un crisol de técnicas, contenidos y tradiciones.
Inicios de la artesanía criolla
El pueblo dominicano ha creado su propia interpretación de los procesos culturales y ha creado manifestaciones artesanales nuevas a partir de sus herencias aborigen, europea y africana. Las primeras piezas de artesanía elaboradas en el país eran de uso doméstico, específicamente en hogares rurales, y confeccionadas de manera tradicional por grupos de mujeres.
Los rasgos decorativos de estilo criollo que enriquecieron la alfarería taína y africana fueron perdiéndose con el tiempo, posiblemente por sus propósitos puramente utilitarios entre los sectores más modestos de la población. De ahí que la alfarería criolla permaneciera sin elementos decorativos.
Entre los siglos XVI y XVII los artesanos labran imágenes religiosas a las que se rendía culto en los hogares. Estas imágenes abundan en las zonas rurales, siendo conocidos sus artesanos como santeros. Igualmente la talabartería, fruto del desarrollo de la ganadería, fomenta la confección de piezas de cuero. En este periodo se fabrican yugos, arados, sogas y otros instrumentos relacionados con el cultivo, sobre todo en la industria azucarera.
El Larimar : De la Mina a la Joyeria
La Revolución Industrial permitió la fabricación de vajillas de loza, calderos y recipientes metálicos esmaltados a precios bajos. La proliferación de acueductos y el empleo de refrigeradores relegaron las tinajas y otros objetos artesanales a las zonas rurales.
En el siglo XIX el pensador dominicano Pedro Francisco Bonó resaltó la importancia social y económica del conjunto de actividades que llamó “industrias”, a la usanza del momento, refiriéndose a la producción artesanal de árganas, serones, esteras, macutos, aparejos, escobas, aguaderas, sillas, sombreros, hamacas y canastas en comunidades del Cibao.
Bonó llamó “industria del guano” en clara alusión a la fibra natural empleada, al conjunto de estas pequeñas “industrias”. Esta expresión incluía, además, a la cordelería, oficio que era aprovechado por los artesanos criollos para fabricar con cabuya y otros materiales toda clase de cuerdas para monturas, empaques de mercancías y alfombras.
La “industria del transporte” integrada por los recueros que trasladaban en mulas los productos agrícolas de exportación y las mercancías industriales importadas utilizaba monturas, aparejos, correas, carteras, sandalias y cofres. Durante esos años se elaboran maceteros, paneras, fruteras, platos para colocar recipientes calientes, pantallas para lámparas y las canastillas y el “moisés” de los recién nacidos.
En las primeras décadas del siglo XX una de las principales industrias artesanales en Santiago de los Caballeros es la fabricación de bateas (para lavar la ropa y bañarse), lebrillos (utilizados por las amas de casa para lavar alimentos y por las marchantas para vender frutas y verduras) y pilones de madera (para pilar arroz o café). También los artesanos empiezan a fabricar unas bateas especiales para el lavado del oro, una actividad que entonces se practicaba en numerosos ríos del país.
Segunda mitad del siglo XX
En 1955, Emil Boyre de Moya, director del Instituto Dominicano de Investigaciones Antropológicas de la Universidad de Santo Domingo, busca asesoría extranjera para la utilización de los motivos “ingerís” y tainos en la artesanía moderna del país, estimulando la creación de un arte llamado “Neotaíno”.
Para la ocasión fue contratado el artista yugoslavo Iván Gundrum, quien hasta el momento se había dedicado a realizar reproducciones de piezas taínas y a restaurar algunas piezas auténticas en el Instituto Guarná, de la ciudad de La Habana. Acompañando a Gundrum vino al país el ceramista cubano Luis Leal, y ambos empezaron a trabajar en la residencia de Boyre de Moya. Gundrum y Leal convirtieron luego sus diseños en obras artesanales de madera, barro, hueso, cuerno, ámbar, oro y tela, con el grupo de artesanos que laboraban en la Cooperativa de Industrias Artesanales (COINDARTE).
En este grupo se desataca el joyero artesano Emilio Pérez, quien ya venía trabajando el ámbar desde los años 50 y se convierte en maestro de jóvenes artesanos, dando inicio a la formación de personal calificado. Los diseños de Gundrum y las enseñanzas de Leal propiciaron la creación de bellas piezas y la perfección del grupo de artesanos que las mostraron en la Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre, evento organizado en 1955 por el dictador Rafael Leonidas Trujillo Molina.
COINDARTE pasó a llamarse Centro Nacional de Artesanía, (CENADARTE) en 1965. Y poco a poco fue perdiendo la cantidad y calidad de sus productos, pues sus mejores artesanos fueron abandonando paulatinamente el centro y los nuevos diseños eran escasos.
A mediados de los años 70 se incorporan a la joyería nacional los trabajos en pectolita, piedra semipreciosa conocida como “larimar”. Otros materiales empleados en la joyería: el cuerno, el hueso y las conchas marinas. Desde barro, porcelana, hueso, madera, hasta cabuya, cuernos y jícara de coco, todos esos elementos sirven de base para formar distintas figuras, entre las que resaltan aves y paisajes de colores típicos.
A finales de los años 60 y principios de los 70 apareció en Santo Domingo un individuo llamado Benyí. Vendía supuestas figuras taínas talladas en piedra, figuras que encontraba en los farallones de la Caleta. Según Benyí, excavaba y encontraba figura de cemíes, vasijas y fragmentos de diversas piezas. Muchas personas compraron estas figuras. La gran cantidad de objetos “encontrados” hizo dudar de su autenticidad. Benyí tallaba con maestría sus figuras y las enterraba para darles un aspecto “antiguo”. Al descubrirse el fraude, fue amonestado por las autoridades, pero luego pasó a ser un maestro artesano y enseñó su oficio durante muchos años.
También la empresa privada se plantea la producción artesanal como negocio: Antonia María Freites y Camilo Lluberes crean la Alfarería Artística Dominicana (ALFADOM) y contratan al norteamericano Bruce Kornbluth, quien había llegado al país en 1984, contratado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) para la empresa Falconbridge.
ALFADOM florece junto a la incipiente y pujante industria turística, preparando decenas de nuevos artesanos, muchos de los cuales luego instalaron sus propias tiendas, unos con más suerte que otros. Ya para fines de los años 80 la mayor producción de barro artesanal se centra en ALFADOM y en las comunidades de Higüerito y Bonagua, entre las ciudades de Moca y Santiago de los Caballeros.
En el mismo periodo aparece la industria BONARTE en Bonao, que produce una cerámica muy resistente y atractiva, elaborada con un barro verdoso de alta temperatura.
Solamente las fábricas como ALFADOM y BONARTE pudieron repuntar y mantenerse en un mercado que cada vez tenía mas demanda, gracias a varias ventajas: utilizaban hornos a gas y altas temperaturas para aumentar la fortaleza de las piezas, seleccionaban sus materias primas, realizaban diseños originales y bien decorados, y creaban piezas más pequeñas orientadas al turismo.
Más tarde aparecen en el mercado unas muñecas estilizadas llamadas “Muñecas de Limé”, de rostro anónimo, con vestido largo, cargando agua en tinajas, vendiendo frutas u ofreciendo flores, con la cabeza recubierta por un pañuelo o bajo un elegante sombrero. Las piezas de Artesanía Limé, por su calidad artística y técnica, han tenido una fuerte demanda tanto nacional como internacional, convirtiéndose en un verdadero símbolo del país y ensanchando el espacio para otros diseños de muñequería.
Los hermanos Guillén –oriundos de la provincia Elías Piña en la zona sureste del país, zona famosa por sus leyendas de bacás y galipotes- aprendieron alfarería con la llegada de la Agencia Española de Cooperación Internacional a Yamasá, Monte Plata, en 1966. Los cinco hermanos aprendieron la confección de piezas de barro y, entusiasmados, estudiaron y realizaron sus propias investigaciones, buscando vestigios de los taínos y realizando reproducciones a partir de piezas originales. Los Guillén han viajado a diferentes áreas del Caribe y esperan hacer un museo con todas las piezas rescatadas. Poseen una amplia biblioteca del tema y afirman que fue en La Española donde más se desarrollaron los tainos. Esta familia de alfareros esta realizando una valiosa labor comunitaria al enseñar un oficio a los más jóvenes y una sana forma de recreo a los mayores, mientras contagian a todos el amor por nuestra cultura y tradiciones.
En el año 1977, la Misión China importó cinco especias de bambú desde Taiwán, instalándose el primer vivero de la Presa de Tavera, en coordinación con el Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos. La Cooperación entre la Misión China y la Secretaría de Agricultura permitió el establecimiento de un vivero en el kilómetro 59 de la Autopista Duarte, en Villa Altagracia, lo que ha contribuido con la reforestación de márgenes de arroyos y ríos. Allí se instaló el Centro de Capacitación para Artesanía de Bambú, cuyos objetivos principales fueron la creación de empleos y la capacitación de personal. En el Centro se han llevado a cabo diversos cursos sobre fabricación de muebles y de artesanía de bambú. Este tipo de artesanía ha tenido desde entonces un desarrollo constante.
La Secretaría de Cultura ha creado el Programa de la Artesanía Dominicana (DEPROMART), revalorizando la situación de la artesanía nacional y enfocando sus esfuerzos en el fortalecimiento de la identidad cultural a través de la capacitación y la formación de profesores, para que estos a su vez sean los educadores de otros cursos, apoyándose en el establecimiento de “aldeas artesanales”, para fomentar la artesanía local y dinamizar la economía regional.
Herencias Culturales
La artesanía dominicana es un crisol de tendencias taínas, españolas y africanas, un producto del sincretismo que caracteriza a la cultura dominicana en su conjunto.
Herencia taína
La herencia taína y de otros grupos que habitaron nuestra isla, antes de la llegada de los españoles, es rica en formas, materiales, técnicas y contenidos.
Los igneris fue el primer grupo agroalfarero que llegó a la isla. Eran ceramistas que producían vasijas de excelente cochura, con una destreza en el uso del blanco, rojo y naranja, sobre fondo rojo del barro, y en ocasiones con uso del negro para producir verdaderas obras de arte. Se distinguen por sus vasijas con elaboradas representaciones figurativas, junto a variados motivos geométricos, incisos y punteados, los cuales forman diseños abstractos a manera de bandas decorativas, circundando la parte superior de los recipientes.
Luego los taínos, más diestros con la madera, la piedra y la concha, dejaron por igual su impronta en el barro con un magistral manejo de la línea por incisión, perdiendo la pintura de la pieza, y la calidad en la formulación del barro y su conchura, pero sí logrando una síntesis admirable que sorprendió a los colonizadores. De esta forma elaboraron vasijas, ollas, platos, figurillas, sellos, ídolos, instrumentos musicales y burenes, para satisfacer las necesidades espirituales, religiosas, sociales y utilitarias.
Los taínos se destacaron además por sus creaciones en madera, piedra, algodón, concha hueso, oro, tejidos, hilados y cestería. Utilizaron materiales como el algodón, henequén, maguey, cabuya y bejucos. Elaboraron hamacas, redes de pescar, hilos, cuerdas, paños, naguas y cestas denominadas haras, que servían para transportar sus frutos.
Herencia española
Desde los primeros tiempos de la colonia, los Reyes Católicos incentivaron la migración de artesanos, que produjeron artículos utilitarios, fuertemente influenciados por la cultura española y europea de la época.
En los primeros años de la colonia, la alfarería española se caracteriza por varios tipos claramente diferenciados por su forma, modo de manufactura y fin utilitario, destacándose las botijas que eran envases empleados para el acarreo del aceite de oliva, las aceitunas, las almendras, la miel, la pólvora y el mercurio.
Un segundo tipo corresponde a la loza o cerámica vidriada, empleada en usos domésticos, representada mayormente por la mayólica, de origen mudéjar, la cual predomina en el Renacimiento. Los objetos de barro pasaban por una primera cocción y eran decorados mediante el empleo de esmaltes, a base de óxidos metálicos.
Presencia africana
La presencia africana en nuestra artesanía se encuentra, fundamentalmente, con hermosas expresiones, en signos, símbolos y contenidos, más que en objetos. Sus aportes están claros en el área espiritual, festiva y cultural, como por ejemplo, en la música, los instrumentos musicales, especialmente de percusión y en la danza.
Del África nos llega la tambora, instrumento clave en la estructura rítmica del baile nacional.
Textos obtenidos de: Herencia y tradición en la artesanía dominicana.
Guadalupe Casasnovas – Revista El Leoncito
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