Desde el descubrimiento de América hasta el siglo XXI, en la República Dominicana se ha creado un acervo literario de gran amplitud. La poesía, la novela, el cuento, el ensayo y la historia han expresado el discurrir político, social y económico del país que se ha impregnado de múltiples corrientes de pensamiento, sobre todo europeas y americanas.
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“La literatura de idioma castellano comienza para Santo Domingo con el diario del viaje de Colón, en el extracto del padre Bartolomé de Las Casas, y con las cartas a los reyes católicos en las que narra el descubrimiento”.- Pedro Henríquez Ureña.
Los trabajos que describían y recopilaban información sobre los nuevos territorios comenzaron a escribirse y transmitirse tempranamente. En 1493-1494, el médico andaluz Diego Álvarez Chanca envió al cabildo de Sevilla las primeras descripciones de la flora y la fauna de la isla Española.
Hacia 1498, el fraile Ramón Pané entregó a Colón su “Relación de las Antigüedades de los Indios”, el primer documento etno-linguístico escrito en la isla y en el continente americano.
Seguirían las obras de los cronistas, como la Historia de los Indios y la Apologética de Bartolomé de las Casas, y la Historia General y Natural de las Indias, de Gonzalo Fernando de Oviedo.
Los primeros escritores criollos nacidos en la isla comenzaron a surgir en el siglo XVI formados en la cultura europea de los conquistadores. En poesía, los historiadores mencionan a Leonor de Ovando, como la primera poeta. Religiosa de la congregación Regina Angelorum, nacida en Santo Domingo en el siglo XVI, sus poemas devocionales exaltan la fe católica en la que fue criada.
La mayoría de los escritores de esa época fueron religiosos, como Fray Alonso de Espinosa, el canónigo Cristóbal Liendo, los frailes Alonso Pacheco, Diego Ramírez y P. Cristóbal de Llerena.
Del siglo XVII sobreviven pocos escritos, aunque muchos nombres de escritores, como Tomás Rodríguez de Sosa, Luis Jerónimo de Alcocer, Baltasar Fernández de Castro, fray Diego Martínez, Tomasina de Leiva, Pedro Agustín Morel, según consigna Henríquez Ureña en su ensayo “Literatura de Santo Domingo” (1941).
En los dos siglos siguientes emigraron los escritores importantes, debido a las convulsiones sociales y políticas, entre ellos, José Francisco Heredia, Antonio Del Monte y Tejada, José Núñez de Cáceres, Esteban Pichardo y Francisco Muñoz Del Monte.
A partir de la fundación de la República en 1844, los historiadores comienzan a hablar de una literatura propiamente dominicana, que en sus diferentes géneros ha reflejado las experiencias sociales, políticas y culturales de más de cuatro siglos de convulsionada historia.
“La poesía, la novela, el cuento, el ensayo y la historia han expresado el discurrir político, social y económico del país, que desde la hazaña del descubrimiento se ha impregnado de múltiples corrientes de pensamiento, sobre todo europeas y americanas”, de acuerdo a Basilio Belliard, ensayista, antólogo, poeta y crítico literario.
El género poético se considera uno de los más robustos de la literatura dominicana, con exponentes destacados en los siglos XIX y XX. Los que han sido llamados “dioses mayores” de la poesía dominicana son José Joaquín Pérez, el primer romántico; Salomé Ureña de Henríquez, “neo-clásica al estilo de Quintana y Gallego”, según Mariano Lebrón Saviñón; Gastón Fernando Deligne, modernista, estimado por Pedro Henríquez Ureña como el más original de los poetas dominicanos.
Otros destacados poetas de esa época fueron los intelectuales Francisco Gregorio Billini, César Nicolás Penson, Federico Henríquez y Carvajal, Federico García Godoy, Emilio Pru’homme, Enrique Henríquez, Amelia Francasci, Encarnación Echevarría, Josefa Perdomo, Federico García Godoy y Emiliano Tejera.
A los poetas tradicionales siguieron los modernistas en 1912, comenzando con Otilio Vigil Díaz, “introductor de las vanguardias en las letras dominicanas, y gran renovador de nuestra lírica influido por el simbolismo francés”, como acota el ensayista Belliard en las páginas digitales dominicanaonline, de Funglode.
Los libros “Góndolas”, de 1912, y “Galeras de Pafos’’, de 1921, colocan a Vigil Díaz como pionero del verso libre y el poema en prosa.
Otro movimiento notable fue el Postumismo, creado en 1921 por Domingo Moreno Jiménez, junto a Andrés Avelino y Rafael A. Zorrilla.
Moreno Jiménez favorecía la expresión propia, la poesía sin rebuscamientos, anclada en la tierra, en lo dominicano y el entorno. Rompió con el verso de media pareja y las combinaciones aceptadas en las medidas dispares.
De los años cuarenta resalta la obra poética de tres independientes: Héctor Incháustegui Cabral, Manuel del Cabral y Tomás Hernández Franco.
También, el movimiento de la Poesía Sorprendida, formado en octubre de 1943, por Franklin Mieses Burgos, Antonio Fernández Spencer, Manuel Rueda, Aida Cartagena Portalatín, Freddy Gatón Arce. Contrario a los “postumistas”, favorecían “una poesía nacional nutrida en lo universal…con la creación sin límites, sin fronteras”.
Otro brote poético fue el de la “Generación del 48”, considerado por el poeta español Leopoldo Panero Torbado, como uno de los “más prometedores de la poesía de habla española” (Lupo Hernández Rueda, “La Generación del 48 en la Literatura Dominicana”).
A ese tiempo pertenecen los poetas Hernández Rueda, Máximo Avilés Blonda, Luis Alfredo Torres, Guarocuya Batista del Villar, Víctor Villegas, Alberto Peña Lebrón, Abelardo Navarro y Rafael Lara Cintrón.
Además de poetas, este grupo incluyó dramaturgos, narradores, historiadores y políticos, quienes hicieron un arte “de la expresión indirecta, a veces oscura”, para protegerse de las represalias de la dictadura de Trujillo.
“El cautiverio físico y moral de los artistas” terminó con el derrocamiento de la dictadura en 1961. A partir de ahí, apunta Hernández Rueda, “el canto se vuelve abierto, objetivo, conceptual”.
Surgen nuevos poetas y escritores, a quienes les tocaría “vivir y participar en un tiempo radicalmente distinto”, al decir del poeta y ensayista Ramón Francisco en su libro “Literatura dominicana 60”.
“La furia literaria desembocó en acción” para Antonio Lokward, Miguel Alfonseca, Marcio Veloz Maggiolo, Ramón Francisco, René del Risco, Jeannette Miller y otros.
Igual ocurrió para los poetas de la postguerra de abril Soledad Álvarez, Mateo Morrison, Andrés L. Mateo, Enriquillo Sánchez, Tony Raful y Enrique Eusebio.
Un poco más retirada de ese tiempo es la obra poética de Cayo Claudio Espinal, quien recibió en 1978 el premio nacional de poesía Siboney, por su obra “Banquetes de Aflicción”. Es fundador del Movimiento Contextualista, que plantea la asunción de un nuevo humanismo. Un año después, el premio le fue otorgado al doctor en filología José Enrique García, por su poemario “El Fabulador”. En el 2001 recibió el Premio Nacional de Poesía, y al siguiente, el Premio Nacional de Literatura Infantil.
Entrados los ochenta, otra generación de poetas se desligaría de la anterior “al desentenderse de lo ideológico y de la circunstancia histórica, creando una poesía del pensamiento y la reflexión sobre otros temas”, apunta el ensayista y crítico literario Basilio Belliard.
Entre los autores destacados de ese tiempo figuran José Mármol, Plinio Chaín, Dionisio de Jesús, Medar Serrata, Víctor Bidó, José Alejandro Peña, entre otros. De la década del 80 data el círculo de mujeres poetas que integraron Carmen Imbert Brugal, Dulce Ureña, Carmen Sánchez, Chiqui Vicioso y Martha Rivera-Garrido, biznieta del poeta Gastón Fernando Deligne.
En las postrimerías del siglo XX, Basilio Belliard publica “Diario del Autófago” (1997), “Vuelos de la Memoria” (poesía y ensayo 1999), y otras obras. “Sueño escrito” ganó el Premio Nacional de Poesía del 2002. Sus poemas han sido traducidos a los idiomas francés, italiano y portugués.
Contemporáneo de Belliard es el poeta Fausto Leonardo Henríquez, religioso vegano ganador del Premio Mundial de Poesía Mística Federico Rielo, de Roma, en el 2009. También, José Acosta, Premio de Poesía Salomé Ureña, por su primer libro, titulado “Territorios Extraños”.
El siglo XXI estrena nuevos poetas que profundizan la distancia con el pasado turbulento. La literatura se renueva en temas y en estilos, cambia la nación, el modo de vivir. Centrados en realidades contemporáneas, la producción de nóveles poetas y escritores expresa temáticas globales: violencia, narcotráfico, sexualidad, inmigración, alienación urbana.
Algunos de los poetas nóveles destacados son Frank Báez, Premio Nacional de Poesía Salomé Ureña 2009, por su obra “Postales”; Ariadna Vásquez, Premio Nacional de Poesía 2012, por su poemario “Debí Dibujar el Mar en Alguna Parte”; Argénida Romero, ganadora del Gran Premio de Poesía Joven por la obra “Arriaga”; y Juan Dicent, autor de “Poemarios”, “Poeta en Animal Planet” y “Monday Street”. También, Mario Dávalos, otro Premio Nacional de Poesía Salomé Ureña, y autor de “El Libro de las Inundaciones”, “Canto al Hogar Encendido” y “Una Casa Azul”, entre otras.
“…El cuentista debe tener alma de tigre para lanzarse sobre el lector, e instinto de tigre para seleccionar el tema y calcular con exactitud a qué distancia está su víctima y con qué fuerza debe precipitarse sobre ella…en la oculta trama de ese arte difícil…el lector y el tema tienen un mismo corazón”.
Así escribió Juan Bosch, el eximio cuentista dominicano, en sus “Apuntes Sobre el Arte de Escribir Cuentos”.
“Maestro del género en Hispanoamérica” (Belliard), la Universidad de Chile inauguró en agosto del 2010 la Cátedra Juan Bosch, Estudios del Caribe.
La narrativa corta dominicana tiene más de 162 años, si se parte del primer cuento documentado, “El Garito”, escrito por Francisco Javier Angulo Guridi.
Los historiadores literarios catalogan los cuentos previos a la segunda mitad del siglo XIX como de tradición española.
El mayor exponente del cuento criollo del siglo XIX fue César Nicolás Penson, autor de “Cosas Añejas”, que recoge costumbres y tradiciones dominicanas basadas en la tradición oral.
El cuento moderno del siglo XX comienza con Virginia Elena Ortea, Fabio Fiallo, Tulio Manuel Cestero y José Ramón López, Ramón Marrero Aristy, Hilma Contreras, José Rijo, Ramón Lacay Polanco, Tomás Hernández Franco, Néstor Caro y Virgilio Díaz Grullón.
Las tres colecciones de narrativas cortas de Juan Bosch, “Cuentos Escritos Antes del Exilio”, “Cuentos Escritos en el Exilio” y “Más Cuentos Escritos en el Exilio” comenzaron a ser mejor conocidas a su regreso al país en 1961. El escritor y político dominicano orientó a la camada de jóvenes escritores que se agrupó a su alrededor, entre ellos los cuentistas Miguel Alfonseca, René del Risco, Iván García, y otros que ya desarrollaban sus propias voces.
Destacados de los 60’s son Armando Almánzar, Marcio Veloz Maggiolo, Efraín Castillo, Rubén Echavarría y José Manuel Sanz Lajara. A la siguiente década pertenecen René Rodríguez Soriano, Roberto Marcallé Abreu, Pedro Peix y Carlos Esteban Deive, quien nació en España, pero toda su actividad de escritor y antropólogo se desarrolla en República Dominicana.
En las décadas del 80 y el 90 resaltan René Rodríguez Soriano, Ángela Hernández, Rafael García Romero, José Acosta, Avelino Stanley, César Zapata, Pedro Camilo, Pastor de Moya, Manuel García Cartagena, Ramón Tejada Holguín y Pedro Antonio Valdez.
El cuento sigue siendo cultivado activamente en el siglo XXI por una nueva generación de escritores que empiezan a ser reconocidos internacionalmente. Entre los ya reconocidos están Rey Emmanuel Andújar, Rita Indiana Hernández, Frank Báez, Premio Internacional de Cuento Joven de la Feria del Libro; Juan Dicent, Ariadna Vásquez, Isidro Jiménez Guillén, ganador del Gran Premio Cuento Joven, en el 2013.
Igualmente, Nan Chevalier, Fai Rosario, Rubén Sánchez, Eugenio García Cuevas, Osiris Vallejo y Justiniano Estévez Aristy, entre otros que comienzan a trazar nuevos senderos en el cuento dominicano.
Una apreciación general es que la poesía y el cuento le han ganado a la novela, pero este género repunta en producción y reconocimientos en los siglos XX y XXI con aportes de novelistas de diferentes generaciones.
El pasado marcó por mucho tiempo el futuro de la novela de ficción dominicana. Varios estudiosos atribuyen su rezago a dos razones fundamentales: 1) Una cédula real del cuatro de abril de 1531, que prohibía libros de “romance, historias vanas o profanas en la isla”. Se permitían, en cambio, los cuentos de caminos, que terminaron siendo la fuente más diseminada; 2) la carencia de condiciones socio-culturales para producir obras de ficción, incluyendo la falta de academia y de editoras.
Quizás la ausencia de referentes externos en una pequeña población isleña explica que las primeras novelas dominicanas del siglo XIX comenzaron a escribirse en el extranjero, cuando sus autores entraron en contacto con estilos y corrientes literarias del momento.
En orden cronológico, la que se cree la primera novela escrita por un dominicano, “Los Amores de los Indios”, de Alejandro Angulo Guridi, fue publicada en 1843, en Villa Clara, Cuba, donde su familia vivía exiliada.
La novela “El Montero”, de Pedro Francisco Bonó, vio la luz en París, en 1856, en forma de folletines que aparecieron en El Correo de Ultramar, periódico francés de temas políticos, literarios, mercantiles e industriales.
“Los Fantasmas de Higüey”, de Francisco Angulo Guridi, se publicó en La Habana en 1857.
Veintitrés años después, en 1879, sale la primera parte de “Enriquillo’’, de Manuel de Jesús Galván, a cargo de la imprenta religiosa de Santo Domingo San Luis Gonzaga. En años previos a la novela, el autor vivió en el exilio. La publicación de la obra completa la hizo en 1882 la imprenta capitaleña García Hnos. Esta novela emblemática en la categoría de leyenda histórica, tiene para los críticos la fuerza del valor documental, y ha sido considerada bien escrita para su tiempo.
Contemporánea de Galván es la primera novelista dominicana, Amelia Francasci, seudónimo de Francisca Amelia de Marchena Sánchez, quien escribió alrededor de siete novelas, la primera de las cuales, “Madre Culpable”, se publicó en 1892. Educada en Curazao y en las Antillas Holandesas, centró sus obras románticas, típicas de su tiempo, en escenarios extranjeros.
De ese mismo año es una de las novelas clásicas del costumbrismo, “Baní o Engracia y Antoñita”, de Francisco Gregorio Billini Aristy.
Con Federico García Godoy y Tulio María Cestero prosigue la novela histórica en el siglo XX. En las obras “Rufinito” (1908); “Alma Dominicana” (1911) y “Guanuma” (1914), García Godoy evoca episodios de la primera y la segunda República. Cestero, a su vez, se concentra, con “La Sangre” (1913), en la tiranía de Ulises Heureaux.
La novela dominicana de finales del siglo XIX y del XX tiene “tres momentos importantes, de acuerdo a su tipología y temática”, en las palabras de Belliard. El tema cañero, explorado por Moscoso Puello en “Cañas y Bueyes” en 1935, por Marrero Aristy, en “Over”, de 1939; y Pedro Pérez Cabral (Corpito) en “Jenjibre”, de 1940; el tema bíblico, de Esteban Deive, en “Magdalena” (1964), Veloz Maggiolo, con “El buen ladrón”, en 1960, y Ramón Emilio Reyes, con “Testimonio”, en 1961, y el tema del costumbrismo, expresado en “La Cacica”, de Rafael Damirón, en 1944; en “La Mañosa”, de Bosch, en 1936, y en la obra de Billini.
En su etapa moderna, la producción de la novela dominicana no se ha detenido. De 1961 a 1990 se publican 151 novelas y 160 narrativas cortas, según estadísticas compiladas por el historiador Frank Moya Pons.
Voces creativas de ese período son Aida Cartagena Portalatín, cuya novela “Escalera para Electra” (1970) resultó finalista en el concurso Biblioteca Breve de los editores Seix y Barral, de Barcelona, España. Otros autores que marcan la época con su producción son Roberto Marcallé Abreu, Andrés L. Mateo, Pedro Peix, Antonio Lockward, Marcio Veloz Maggiolo, Manuel Rueda, Juan Bosch y Virgilio Díaz Grullón.
En términos de calidad literaria y de proyección internacional, en el panorama actual de la novela dominicana resaltan las obras de Veloz Maggiolo, Antonio Valdez y Pedro Vergés.
Veloz Maggiolo, autor de una decena de novelas, obtuvo el Premio William Faulkner, de la Universidad de Virginia, Estados Unidos, por su novela “El Buen Ladrón”. Por su novela “La Mosca Soldado” recibió el premio extraordinario José María Arguedas, de narrativa, de 2006, que concede Casa de las Américas a escritores latinoamericanos de relevancia.
Ha ganado cuatro veces el Premio Nacional de Novela, el Premio Nacional de Literatura 1998, y Premio Nacional de la Feria del Libro 1997.
La obra del escritor Pedro Vergés “Sólo Cenizas Hallarás (Bolero), con personajes ubicados en los meses posteriores al asesinato de Trujillo, dimensionó la novela dominicana en el extranjero, al recibir en 1981 el Premio de la crítica narrativa castellana y el XV premio Blasco Ibañez en novela.
La novela “El Carnaval de Sodoma”, de Pedro Antonio Valdez, fue adaptada al cine en Méjico y España en el 2006, por uno de los mejores directores latinoamericanos, el mejicano Arturo Ripstein.
Valdez obtuvo en 1998 el Premio Nacional de Novela, por “Bachata del Ángel Caído”, y ese mismo año recibió el Premio Internacional de Alberto Gutiérrez de la Solana, de Estados Unidos, por la obra “Paradise”.
Los novelistas de la nueva generación – casi todos nacidos a mediados y finales de los setenta — comienzan a hacer sus contribuciones a las letras dominicanas, y eso incluye a los que viven fuera del país y los que escriben en inglés sobre temas dominicanos.
Mientras muchos novelistas del pasado lejano y reciente retratan el mundo dominicano a partir de la historia, los de la actualidad escriben influidos por los moldes culturales que traza el mundo global de la post-modernidad.
En algunos de los que comienzan a publicar a partir de 2000 predominan los temas de la violencia pública y la soterrada, la vida marginal, las drogas, el consumismo y la pornografía.
Los jóvenes que encabezan el milenio se liberan tanto de “las corrientes narrativas y estéticas que les preceden, como de los presupuestos identitarios en torno a la dominicanidad…presentan una actitud de desembarazo que les permite un actuar lúcido y experimental”, postula la estudiosa Fernanda Bustamante, en su libro “Escritura del Desacato: A ritmo desenfadado” (2015, Editorial Cuarto Propio, Santiago, Chile).
Uno de los más exitosos narradores de esa generación es Rey Emmanuel Andújar, autor de “Los Gestos Inútiles”, ganadora del primer premio en el VI Concurso Latinoamericano y Caribeño del 2015. De su autoría son también las novelas “Candela” (Alfaguara 2007), que recibió el Premio Penn Club de Puerto Rico, y “El Hombre Triángulo” (Isla Negra 2005).
Por igual, Rita Indiana Hernández, cuyo circuito literario y musical se extiende a nivel internacional. En su novela corta “La Estrategia de Chochueca” y sus otras narraciones, “aborda la alienación del mercado, la esquizofrenia de la sociedad, el rompimiento de la heteronormatividad y la desacralización del cuerpo y del espacio”, indica Fernanda Bustamante en su libro.
Las temáticas no son homogéneas. El escritor José Acosta ganó el Premio Casa de las Américas del 2015 con su novela “Un Kilómetro de Mar”, una travesía de aventura de dos adolescentes.
Otra novela, “El Dedo Mayor de la Realidad que me Saluda”, la primera de Joan Prats, lanzada el 2011 por Santillana, es una historia jocosa de un joven dominicano que estudia en Barcelona.
Cabe mencionar el aporte de los novelistas dominico-americanos galardonados en el exterior, como el premio Pulitzer Junot Díaz, Julia Álvarez y Nelly Rodríguez.
Y por igual, la novela de un poeta y académico de otra generación, Miguel Angel Fornerín, quien estrena en el 2011 “Tu siempre crees que viene una guagua”, narrativa ágil y depurada acerca de un grupo de niños que entran a la adolescencia en un tiempo de incertidumbres matizado por la corrupción y los asesinatos políticos.
Como en los demás géneros de la literatura, los ensayistas dominicanos se remontan a la medianía del siglo XIX. Desde entonces plumas notables de alcance internacional enriquecen las letras dominicanas con temas literarios, históricos, sociológicos, políticos y científicos.
El más sobresaliente ensayista dominicano de alcance internacional fue Pedro Henríquez Ureña. En adición a los méritos de su obra dominicana, está considerado como un constructor cultural de Argentina, donde vivió y formó familia.
Federico García Godoy, uno de los críticos literarios más cultos de su tiempo, escribió ensayos que se difundieron en Revue Hispanique de Francia y en revistas de España y América Latina.
Juan Bosch es otro de los ensayistas connotados, cuya labor trascendió las fronteras dominicanas y se extendió a naciones latinoamericanas y caribeñas, como Chile, Venezuela y Cuba, donde ha sido homenajeado.
Marcio Veloz Maggiolo tiene una amplia y respetada labor como ensayista, y trabajos suyos han sido publicados en el exterior, entre ellos “Arqueología pre-histórica de Santo Domingo” (Singapore, New York. Mc Graw Hill, 1972), el cual es considerado “el compendio más completo de arqueología dominicana”.
Otros grandes ensayistas dominicanos han sido Rafael María Moscoso Puello, “el primer científico dominicano que estudió la flora nacional”; Américo Lugo, José Ramón López, Manuel Arturo Peña Battle, Joaquín Balaguer y Juan Isidro Jiménez Grullón, entre una larga lista.
En el ensayo actual destacan, además de Veloz Maggiolo, Federico Henríquez Gratereaux, Manuel Núñez, Calos Esteban Deive, Andrés L. Mateo, Bruno Rosario Candelier, Diógenes Céspedes, José Mármol, Odalis G. Pérez y Miguel Ángel Fornerín, quien recibió el Premio Nacional de Ensayo Pedro Henríquez Ureña, en 1995, por su obra “La Escritura de Pedro Mir”.
¿Sabías que? La dominicana Leonor de Ovando es considerada la primera mujer en escribir poesía y sonetos de este lado del mundo, primera poetisa de las Américas (siglo XVI).
¿Sabías que? La literatura dominicana cuenta en su historia con muchos hombres políticos escritores y poetas, desde Juan Pablo Duarte, padre de la patria, a Juan Bosch y Joaquín Balaguer.
Ángela Hernández, Premio Nacional de Literatura 2016, recibió el Premio Cole, por su novela “Mudanza de los Sentidos”; el Premio Nacional de Cuento 1997, por “Piedra de Sacrificio”; Premio Anual de Poesía 2005, al libro “Alicornio”, y Premio Anual de Cuento 2012, a la obra “La Secta del Crisantemo”.
Roberto Marcallé Abreu, Premio Nacional de Literatura 2015, por su contribución a la narrativa dominicana en cuento y novela. En 2012 obtuvo el Premio Novela UC por “Las Calles Enemigas”. Algunas de sus obras son “Las Dos Muertes de José Irino”, “El Minúsculo Infierno del Señor Lukas”, y “Sábado de Sol Después de las Lluvias”.
Tony Raful, Premio Nacional de Literatura 2014. Sus numerosas obras cubren los géneros de poesía, ensayo, historia. Catedrático universitario, exministro de Cultura, entre sus libros y ensayos recientes figuran “De Trujillo a Fernández Domínguez y Caamaño”, “La Pasión por la Libertad” y “El Asesinato del Presidente de Guatemala Ordenado por Trujillo”.
José Mármol, Premio Nacional de Literatura 2013. Poeta y ensayista, fundador de la colección Ergo, de poesía dominicana. Premio Nacional de Poesía Salomé Ureña 1987; premio de poesía Pedro Henríquez Ureña 1992; premio Casa de Teatro de 1994, y accésit del premio internacional Eliseo Diego 1994, de la revista Plural.
Armando Almánzar, Premio Nacional de Literatura 2012. Un reconocimiento a sus 45 años de labor literaria como escritor, poeta, cuentista, crítico de arte y periodista. Su primer libro, “Límite”, fue publicado en 1979, por Alfa y Omega. Sus cuentos figuran en Antología del Cuento Latinoamericano Contemporáneo y en el libro “Narradores Dominicanos”, de la editorial venezolana Monte Ávila.
Jeannette Miller, Premio Nacional de Literatura 2011. Ensayista, poeta, cuentista y novelista. Figura sobresaliente de la generación del 60. Entre sus obras se cuentan los libros de poesía “El viaje” y “Fórmulas para Combatir el Miedo”. Autora de varios ensayos, un libro de arte dominicano en dos tomos y de las novelas “La Vida es Otra Cosa” (2005) y “A mí no me Gustan los Boleros” (2009).
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