Como celebración de identidad, integración y libertad, el carnaval es una de las actividades más importantes de la cultura popular dominicana. Las expresiones más espontáneas y creativas de la cultura nacional se expresan de febrero a marzo con vestuarios y máscaras multicolores, personajes y comparsas, en un frenesí urbano de alegría y de diversión.
‘’El dominicano es un pueblo alegre, que aprovecha cualquier oportunidad para disfrutar y compartir momentos agradables… como su mundialmente famoso carnaval”, apunta el libro “Lo Dominicano/All things Dominican”, publicado por GFDD. “Las máscaras, la exageración, el sarcasmo, lo insólito, lo satírico, lo inédito, lo atrevido, son partes fundamentales del carnaval”.
Sus personajes y comparsas recrean la realidad diaria con imágenes exageradas y lenguaje picante. Risueñamente, el carnaval expone a los miedos de comunicación, satiriza la política, las jerarquías, las clases sociales, y salta sobre las normas y las prohibiciones.
¿Sabías que? «Lo Dominicano / All Things Dominican» (publicación de GFDD, 2015) cuenta con una impresionante y hermosa compilación de los principales personajes del carnaval dominicano, desde los clásicos diablos cojuelos hasta las cachúas y califé. Te invitamos a descubrirlos.
Todo se vale en este imaginativo y trepidante espectáculo artístico: golpes, gritos, burlas y tretas. No hay nada que falte. Contiene, sobre todo, lo que más nos asusta: la muerte, la enfermedad, los diablos, la crítica social. Junta los opuestos, sublimiza la naturaleza y rememora la historia.
En la tradición nacional se identifican dos tipos de carnaval, el de las Carnestolendas (el período de los tres días que preceden el “Miércoles de Ceniza” o comienzo de la Cuaresma), de influencia española, y el Cimarrón, asociado a las manifestaciones culturales de origen africano.
Las primeras manifestaciones documentadas de la tradición carnavalesca de influencia europea se remontan a casi 500 años. Los registros anteriores a 1520 recogen celebraciones en los días de San Andrés, San Juan Bautista, Corpus Cristi y en el aniversario de la ciudad de Santo Domingo.
Desde entonces hasta ahora, el “diablo cojuelo” – figura legendaria de un espíritu cojo y revoltoso, no maligno — ha sido el personaje principal del carnaval dominicano, con diferentes versiones en cada provincia. De factura cristiana con influencias paganas, su origen ha sido rastreado a la Edad Media, siempre ligado a la Cuaresma. En Las Américas experimenta mutaciones sincréticas propias del encuentro de culturas.
¿Sabías que? Todas las expresiones sobresalientes de carnaval que existen en el país se muestran juntas el último domingo de febrero, o el primer domingo de marzo, en el Malecón, popular paseo de la ciudad de Santo Domingo frente al mar Caribe, en un gran desfile de carrozas y comparsas.
¿Sabías que? Las fiestas de carnaval con características de identidad más marcadas son las de La Vega, Santo Domingo, Santiago, las del municipio de Cabral, en la provincia de Barahona, las de Bonao, San Pedro de Macorís, Puerto Plata, Sánchez Ramírez (Cotuí), San Cristóbal, Elías Piña, Salcedo, San Juan de la Maguana y Río San Juan.
Te invitamos a conocer más del carnaval dominicano y de muchas otras celebraciones populares dominicanas, en la publicación «Lo Dominicano/ All things Dominican», de Global Foundation for Democracy and Development (GFDD), disponible en Amazon aquí.
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El carnaval de la ciudad de La Vega es posiblemente el más antiguo de los carnavales dominicanos. Se remonta al siglo XVI, según documentan las crónicas de Fray Bartolomé de las Casas. Se le considera el más organizado y vistoso de todos, por la creatividad de sus máscaras, sus atuendos y la diversidad de los grupos, comparsas, y las numerosas presentaciones artísticas y culturales que atraen anualmente a miles de nacionales y extranjeros.
Sus personajes emblemáticos son los “diablos cojuelos”, de tradición española, demonios amantes del bullicio y la travesura. En su versión moderna, los diablos mascarados calzan tenis, guantillas y vejigas de vaca con las que golpean a los espectadores si bajan de las aceras.
Los tradicionales trajes de capa cubiertos de espejos, cascabeles y lentejuelas, a la usanza española, y las máscaras de dos cachos han evolucionado en una explosión abigarrada de colores, con caretas de ojos protuberantes, plumas sintéticas, una profusión de cuernos, colmillos, y de imágenes de fantasía foráneas, algunas “dominicanizadas” con barbas de chivo.
¿Sabías que? Las comparsas o agrupaciones de dominicanos y dominicanas que se disfrazan con un mismo tema o bien de diablos cojuelos son clásicas en los carnavales. Cada una pasa meses coordinando y planificando sus coreografías y vestuarios y creando máscaras y, durante el carnaval, es una dedicación casi espiritual a su agrupación.
Las máscaras de diablos y animales siguen cambiando en cada versión del carnaval, conforme a las febriles imaginaciones de los expertos “careteros” veganos.
Cada año, cerca de dos mil diablos cojuelos y más de ochenta comparsas entretienen a la multitud, desde la calle Padre Adolfo hasta el parque Miraflores, donde el último día del desfile, siguiendo una vieja tradición, los demonios se quitan sus caretas.
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Del parque Enriquillo, en el sector capitaleño de Villa Francisca, sale el carnaval de los barrios con sus clásicos diablos cojuelos, acompañados de “La muerte en jeep”, una calavera enmascarada; el popular “Califé”, personaje vestido de frac que compone versos jocosos criticando a figuras de la vida política y social, seguido por un coro; la graciosa “Roba la gallina”, representada por un hombre disfrazado de mujer de busto y trasero descomunales, que, con un paraguas en la mano, pide en los colmados “comida” para sus “pollitos”, los cuales son muchachos de la barriada que esperan una lluvia de golosinas.
El ingenio barrial humoriza el dolor en “Se me muere Rebeca”, la historia de una madre inconsolable que recorre las calles llorando por la enfermedad de su hija, y pidiendo dulces para la “niña”, que suele ser una muñeca de trapo.
Por la avenida George Washington, área principal de las celebraciones oficiales, desfilan las comparsas de “Los Indios”, niños y adultos con la cara y el cuerpo pintados, exhibiendo vistosos plumajes, arcos y flechas, rememorando a los antepasados aborígenes de la isla Hispaniola.
¿Sabías que? Como muestra de teatro callejero en el carnaval dominicano, la comparsa de San Carlos, un barrio de la ciudad de Santo Domingo, escenifica la conquista española y el exterminio de los indígenas taínos.
“Los Africanos” es una comparsa en recuerdo a los negros esclavizados por los españoles en la época de la colonia. Sus personajes se tiznan el cuerpo con carbón y aceite quemado.
En Guerra, municipio de la provincia Santo Domingo, el ingenio popular se agiganta con el personaje central “El Negro de la Joya”, y el uso de máscaras hechas de latas, cartón, papel y algodón.
El Carnaval contiene, por igual, representaciones de los inmigrantes árabes, personificados por la comparsa de los “Alí Babá”, quienes visten trajes étnicos y desfilan con movimientos coreografiados.
Tras la división política de la capital, el municipio Santo Domingo Este comenzó a montar su propio carnaval los domingos de febrero en la avenida España. En su IX edición (2016) contó con decenas de comparsas típicas, merengue, salsa, y premios para estimular la participación ciudadana. La celebración anterior (2015) se inspiró en el reciclaje y la protección del medio ambiente.
En Santiago, la diversión se desarrolla durante los domingos de febrero en el Monumento a los Héroes de la Restauración, donde se congregan los lechones, como llaman los santiagueros a los diablos cojuelos.
Los lechones o “macaraos” – corrupción de la palabra enmascarados que se emplea en el Cibao – lucen disfraces con capuchones que evocan el estilo español, particularmente los de capas anchas que llegan hasta la rodilla. De tres y cuatro colores, son decorados con cintas, espejos, cascabeles y rabos que cuelgan o se enrollan.
¿Sabías que? Los diablos se diferencian por sus caretas. Tres tipos identifican a los barrios de más arraigada tradición carnavalesca: Los Pepines, La Joya y Pueblo Nuevo.
Las máscaras tradicionales de los pepineros tienen cuernos lisos puntiagudos y una boca de pato, ancha en la base y de punta redonda; los joyeros les ponen a las suyas cuernos erizados de puyas o espinas lisas y boca encorvada. Las de Pueblo Nuevo llevan cuernos con flores y vejigas en sus puntas.
Con el crecimiento urbano y la expansión de las barriadas, surgen nuevos grupos que enriquecen las fiestas con máscaras de temas libres, de seres fantasiosos, animales y personas, en su mayoría confeccionadas como las otras, en moldes de barro y papel maché.
Otros personajes destacados son “Nicolás Den-Den”, un oso danzarín, deleite de los niños, encadenado y conducido por un domador. Y “El Hombre del Papelón”, quien, disfrazado de mujer, mueve el trasero provocativamente, incitando a otro personaje al que le grita repetidamente: «¡A que no me quemas el Papelón!
Santiago tiene también su grupo de Los Indios, La Muerte en Jeep y el Baile del Muñeco. Su tradición carnavalesca data de 1795, ligada a las festividades religiosas, y se afianza tras la Restauración de la República en1865.
Al igual que en otras provincias, el carnaval santiaguero de siglos pasados estaba socialmente estratificado, con celebraciones de la clase alta en clubes privados, mientras los pobres hacían su fiesta en las barriadas populares.
Los pitos, los cascabeles y las vejigas anuncian en los domingos de carnaval la llegada de más de 75 grupos de “Macaraos”, que desfilan al compás de diversos ritmos musicales por las calles céntricas de la ciudad, vistiendo el tradicional traje en satín, lamé, lentejuelas y cintas, con caretas que simulan rostros de animales.
Desde 1990 Bonao ha creado su propia identidad carnavalesca, con los llamados Macaraos, que le han valido premios por la creatividad de los disfraces y las carrozas de más de 60 grupos y comparsas. Entre los más populares están los Guacamayos, los Malos, los Poderosos, las Hienas, los Pingüinos, los Bellacos, los Payasos, los Kikos.
La celebración comienza en las calles a partir del último domingo de enero hasta el segundo domingo de marzo. El espíritu carnavalesco de esta ciudad, según recuerdan los mayores, se mantuvo hasta en los tiempos de precariedad económica de los años 30, cuando la gente confeccionaba sus disfraces con telas de cortinas viejas, decoradas con cintas de colores, pitos y espejitos.
Con máscaras imaginativas improvisadas por la necesidad, recorrían desde temprano las calles del pueblo, mientras en el club privado Casino del Yuna los pudientes celebraban concursos de comparsas.
¿Sabías que? El Comité Organizador del Carnaval de Bonao (COCABO) se ocupa de mantener la tradición carnavalesca como patrimonio de todos los sectores de la provincia.
Más información en: http://www.carnavalbonao.com
La fiesta de máscaras de la ciudad de Puerto Plata ha sido transformada en los últimos diez años por una nueva generación de jóvenes creativos que han estampado al carnaval los símbolos de las tres culturas que contribuyeron a forjar la identidad nacional.
El tradicional diablo cojuelo ha reencarnado como “Taimácaro”, personaje central del carnaval. Cientos de taimácaros toman las calles por asalto los días de carnaval, disfrazados con caretas de los cemíes, deidades a las que rendían culto los aborígenes taínos. El traje, en cambio, es típicamente español – pantalones, blusas y capas –, mientras los pañuelos y cintas que atan a las mangas aluden en su diversidad de colores a los misterios religiosos de la cultura africana. Los caracoles, de significación importante en la mitología taína, adornan los pantalones y simbolizan la relación de los lugareños con el mar.
Otros grupos y comparsas que han participado en los últimos carnavales son Dominicano Soy, Homenaje a la música, Los africanos, Los Espanta-pájaros, La Abanderada y su Batón Ballet, Cazadores de Cuatreros, y los clásicos diablos cojuelos y Roba la Gallina.
Lea más en: http://www.puertoplata.com.do/es/cultura-y-sociedad/el-carnaval-en-puerto-plata
El carnaval de la ciudad de Cotuí, en la provincia Sánchez Ramírez, se considera uno de los más singulares, por la creatividad de sus disfraces. Los personajes que caracterizan y sintetizan la originalidad de la fiesta popular son los Platanuses y los Papeluses, reconocidos y premiados en numerosas ocasiones.
Los platanuses visten trajes confeccionados con hojas secas de plátanos amarradas con soga que se abren como un paraguas cuando el personaje da vueltas al compás del baile. Sus máscaras son de higüero seco, algunas lisas, mientras otras tienen paneles de comején y pintura, y más recientemente se le añaden cuernos de chivo y vaca. La adición de color a los disfraces, en años recientes, ha aumentado su vistosidad. El historiador Francisco Rincón recuerda que en su infancia, a principios de los años 50, los cotuisanos se disfrazaban con papel de periódicos, pero del platanú hay referencias más antiguas: bisabuelos de su familia se disfrazaban, entre 1880 y 1890, con hojas de plátano y una careta de higüero con un panal de comején (Listín Diario/Cultura, 17 de febrero de 2016).
¿Sabías que? Los Papeluses -posibles derivados de los platanuses- se disfrazan con tiras de papel periódico, y también usan máscaras de higüero, las cuales tienen la boca y los ojos deformados. Una particularidad de Los Papeluses es que se colocan dos caretas, una en la cara y otra en la nuca. Se cree que la llegada del papel de estraza a los colmados del pueblo dio lugar al disfraz de los papeluses, que siguieron transformándose con el uso de papel de periódico, de vejiga, crepé y plástico.
Los funduses son otros personajes surgidos de la creatividad popular que emplean fundas de colmado para hacer toda suerte de figuras combinadas con caretas.
Las nuevas generaciones han creado grupos como Los Vikingos, Los Payasos, La Tribu, que se agregan a La Culebra y los Siete Pecados, la Litera de la Muerte, y el Mediodía. Cotuí también tiene sus diablos, que usan caretas de pico de cotorra y nariz de cerdo, y visten pantalón y camisa larga, con adornos rojos brillosos y pequeños espejos. En imitación a los murciélagos, llevan alas cocidas desde el ruedo del pantalón que suben hasta la punta de las mangas y se abren cuando los diablos levantan los brazos.
Siguiendo los modelos del Platanú y el Papelús, los grupos confeccionan sus disfraces con materiales de desecho al alcance de todos los bolsillos. La creatividad dimensiona plumas de gallinas, el aserrín, las hojas de papel, las fundas plásticas, las crines de caballo, las tiras de telas y los flecos de sacos.
Las fiestas carnavalescas de este municipio de Barahona, en el Sur, se consideran un ejemplo de la mascarada cimarrona. Los orígenes de este poblado se rastrean a los esclavos que poblaron en el siglo XVIII el Bahoruco y zonas como El Rincón, actualmente Cabral.
Sus figuras principales son Los Cachúas, que visten disfraces de tela verdes y rojos con cruces negras y alas que semejan murciélagos. Las caretas llevan una cabellera de papel crepé de distintos colores, y tienen cachos. De ahí viene el nombre de Cachúas. Los adornos incluyen cascabeles y espejos pequeños, cuyo propósito es alejar las energías negativas y atraer las positivas. Llevan látigos de fibras de sisal, maguey y cabuya, con los que golpean a los espectadores y esparcen el miedo a su alrededor.
El carnaval de Cabral se celebra en Semana Santa. Los sábados santos, Los Cachúas se pelean a fuetazos, y el lunes que sigue a la Resurrección queman un muñeco que representa al personaje bíblico de Judas. Terminan sus celebraciones en el cementerio, alrededor de las tumbas de Cachúas fallecidos.
Cabral también rememora a los aborígenes, con el grupo de Los Pirulíes, niños disfrazados de “indios” que bailan en la vía pública luciendo un vestuario hecho con flecos de cáscara de coco.
Además de Los Cachúas, la provincia de Barahona tiene la comparsa de Los Pintaos, cuyos integrantes se dibujan el cuerpo y la cara con pintura acrílica en tonos intensos y diseños creativos. Esta creación de Francisco Antonio Suero, de 1997, ha debutado en el Desfile Nacional de Carnaval que se celebra en la capital dominicana.
Los Guloyas o Buloyas, de San Pedro de Macorís, son los personajes más destacados del carnaval de esta provincia, con un original vestuario, capas de colores vivos, pedrerías y espejos y máscaras de diablos hechas con largas barbas de plumas de pavo real.
¿Sabías que? Los cocolos (como se les llama a los descendientes de los inmigrantes de las Antillas Menores) llenan de música, bebidas y comida las calles de San Pedro. Sus bailes están llenos de contenido, sátira, humor, sueños y nostalgia. Recrean sus orígenes en sus capas y disfraces cargados de espejos y lentejuelas. Realizan variadas representaciones, como la historia de David y Goliat, acompañadas de música de tambor, redoblantes, cencerro, flauta y triángulo. Al compás de pegajosos ritmos de origen africano, tejen cintas, caminan y bailan sobre zancos.
Los Guloyas, declarados Patrimonio Oral Intangible de la Humanidad por la UNESCO, representan la cultura de los inmigrantes negros de las Antillas inglesas, quienes realizan sus presentaciones durante las Navidades y en el Desfile Nacional del Carnaval. Sus celebraciones transpiran mensajes sociales positivos, resaltan el triunfo del Bien sobre el Mal, de los oprimidos sobre los opresores.
Otros enlaces relacionados:
http://www.educando.edu.do/articulos/estudiante/carnaval-de-san-pedro-de-macors/
http://www.macorisserie23.com/san-pedro/los-guloyas.html
Exponente de las raíces étnicas dominicanas, y de temáticas pedagógicas, el carnaval de la provincia de San Cristóbal se afianzó con el trabajo de grupos de teatro y musicales en 1980, validando los esfuerzos de Julio Heredia de los Santos, quien trató de mantener viva la celebración en décadas anteriores.
De este modo se recuperó la esencia del carnaval, con sus comparsas de diablos cojuelos, Los africanos, adornados con trajes multicolores; Los Indios, Los Galleros, Las 21 Divisiones, el Califé, los Roba la gallina, y una Muerte risueña, adornada de cintas y cascabeles.
Con los años, el carnaval de la provincia de Salcedo ha desarrollado una identidad propia con nuevos personajes y grupos. Sus diablos “macaraos” lucen disfraces vistosos, hechos en papel crepé de intenso colorido, probablemente los colores de tonos más fuertes del carnaval nacional.
Sus máscaras variadas simulan animales de la región, como toros, cerdos, cabras y caballos. Dos grupos se alejan de los tradicionales: el de Las Cebras, integrado por mujeres, y El Veterinario y sus Animalitos, que son niños de entre dos y doce años disfrazados con caretas de los “pacientes” que trata.
Enriquecen el carnaval comparsas que salen de lo que los salcedenses llaman “Cuevas”, como Los Cabros, Los Montro, Casa Grande, Los Duendes, las Gárgolas, Los Escorpiones, Los Hechiceros, El Viejo y la Vieja, y el Loco de la Amargura.
Más de 33 grupos se inscriben anualmente en la Unión Carnavalesca de Salcedo (UCASAL) para participar en el evento, que comienza el primer domingo de febrero y se extiende hasta el primer domingo de marzo.
La celebración concluye con un ritual escenificado por los espectadores, quienes se abalanzan sobre los macaraos para destruir los disfraces y esparcir por las calles los coloridos papeles, un acto de despojo que ha sido interpretado como un deseo de poner fin a lo viejo y propiciar lo nuevo en celebraciones venideras.
El alzamiento de los negros esclavos se conmemora en el carnaval cimarrón de Elías Piña, con representaciones de comparsas, cuyos temas aluden a la libertad y a la identidad por la que lucharon los africanos sometidos a la esclavitud.
Otra manifestación de carnaval cimarrón es la presencia de los bailes de Gagá, que combinan lo festivo y lo religioso. En comunidades de la provincia, como El Llano, se han desarrollado expresiones singulares de carnaval, como las Máscaras del Diablo, que se colocan en los patios de las viviendas, como centinelas, al atardecer del Jueves Santo.
Hechas de cartón corrugado, cachos de chivo, desechos vegetales y plumas de gallinas, las caretas ocultan los rostros de hombres que se enmascaran desde el Viernes Santo vestidos de mujeres, y salen a las calles a aterrorizar con los golpes de sus fuetes.
En el pasado, estos personajes concluían su carnaval con un rito de fertilidad, quemando las máscaras en el monte y regando las cenizas entre los cultivos, a ritmo de tambores.
El carnaval de San Juan de la Maguana recuerda los orígenes del pueblo dominicano con comparsas aborígenes, españolas y africanas.
El perfil aborigen se escenifica con accesorios, plumas, areítos o danzas, mientras que el español se retrata con representaciones del descubrimiento y la fundación de la villa de San Juan. La cultura africana está presente en la música, los bailes y en manifestaciones tradicionales, como los palos, el olivorismo y la cofradía del Espíritu Santo.
Organizado por el Ayuntamiento y la sociedad civil, la celebración se inicia en febrero y concluye en marzo. Un gran desfile parte de la Plaza Anacaona hasta el parque Duarte, en el centro de la ciudad, con una variedad de disfraces y máscaras, entre los que destacan Las Tifúas, de tela adornada de asfalto y crin de caballo, y la de Los Cocorícamos, que tienen la osamenta de una cabeza entera de caballo o de burro.
Este pequeño municipio de 15,000 habitantes de la provincia María Trinidad Sánchez, tiene un carnaval marino único en su clase, inspirado en las especies del mar. No hay nada igual en toda la República Dominicana.
Su montaje data de 1997, y se realiza en una tarima colocada sobre las aguas de la Laguna Grí Grí. Las comparsas, llamadas “Carnamares”, desfilan por los alrededores al son de música, con caretas coloridas decoradas con aletas, corales, conchas, en trajes de ballenas, cangrejos, pulpos, medusas, langostas y monstruos marinos imaginarios.
Artistas locales confeccionan los disfraces usando moldes de barro que reproducen en corcho y papel, y a estos se les adhieren conchas, escamas de peces, corales y dientes de tiburón.
En años recientes, la corona de la reina del carnaval se hizo con corales negros y rosados, larimar, agua marina, y una base de oro y plata, un diseño del arquitecto Persio Checo, realizado por el joyero Daniel Sánchez.
El “Carnavarengue”, de Río San Juan, atrae a turistas nacionales y extranjeros que disfrutan las aguas entre peces, iguanas, manglares y aves acuáticas. Cada noche es un encuentro con el mar, y también con la ganadería y la agricultura, porque la celebración hace gala de una gastronomía distintiva, con platos de gallina criolla, chambre campesino, pollo asado, pescado con coco y chivo al vino.
Hay otras provincias en vías de redefinir su identidad carnavalesca. De una tradición de diablos cojuelos, el carnaval popular de La Romana, en el Este del país, evoluciona a las caras pintadas –máscaras rostros– que se valorizan por la diversidad creativa de las expresiones, los diseños y los colores. Uno de reciente aparición es el “Papabuey”, una simbiosis del papagayo y los bueyes, considerados “íconos de la industria azucarera”. Se mantienen personajes famosos, como el Juanico Robinson, con su típico traje viejo, sombrero de alas anchas, bastón y el rostro empolvado de blanco. Además, las comparsas tradicionales de Los Indios, el teatro callejero de los Guloyas, y el Gagá con luases y metresas, deidades del vudú.
En la misma región, en la municipalidad de Yerba Buena, de la provincia de Hato Mayor, las Marimantas han capturado la atención del país con sus trajes de ramas de árboles, caretas de cuero de vaca y cabezas cubiertas con caparazones de comején. “El Doctor” es otra figura destacada, que va pintado de varios colores, carga un maletín y usa unos espejuelos de cáscara de naranja sujetados con alambres.
Hato Mayor ha desarrollado su propia personalidad carnavalesca, basada en su condición de provincia ganadera, con el personaje “Cabatoro”, representación de la vaca y el caballo.
En la ciudad norteña de Moca, el carnaval afinca su nueva identidad con los “Animáscaros”, grupos con nombres y disfraces de animales: los búhos, los dragones, los coyotes, los buitres, las arañas, las panteras, los unicornios.
Se preservan personajes tradicionales, como los diablos azules y el “Jinchaíto de Moca”. Este último caracteriza el apodo que se le da a los mocanos desde principios del siglo pasado, en una época en que las facciones de los españoles establecidos en la comunidad de Juan López comenzaron a hincharse por beber las aguas contaminadas del río, de acuerdo al historiador mocano Julio Jaime Julia. Con el tiempo, el mote de los “hinchaítos” se extendió a todo mocano.
La península de Samaná tiene diablos marinos, con caretas grandes, cuyos cachos semejan corales, y comparsas típicas, como Los indios, los entierros y las danzas africanas.
Montecristi, provincia del Noroeste, tiene sus famosos toros como personajes centrales, de vistosos trajes y caretas que recrean caras de cerdos, con orejas hechas de tubos de neumáticos. La abertura de los ojos la cubren con una malla metálica, y llevan látigos de cabuya con la rabiza entretejida. A ellos se enfrentan Los Civiles, en ropa de diario y sin caretas. Luchan en duelos a fuetazos, y el Civil que logra arrancar la careta o el disfraz de un toro es aclamado como héroe, por su coraje.
En la provincia cibaeña de Valverde Mao reina la careta de la Abechisa, que reúne características de la abeja, el chivo y el sapo, animales que juegan roles importantes en la vida y en la economía de los maeños.
Por el Sur, la ciudad de Baní ha desarrollado una de las mejores comparsas nacionales, centrada en el personaje de Roba la Gallina.
En los altos de la Cordillera Central, los Montrojuelos, del municipio de Constanza, han establecido una definida identidad a su carnaval, el cual se nutrió durante muchos años de los personajes de La Vega, hasta en el uso de los disfraces de segunda mano.
Los Montrojuelos comenzaron a gestarse a principios de los años 90, cuando germinó la idea de hacer un carnaval con los elementos de la historia y la cultura de Constanza. En ese proceso cambiaron radicalmente las máscaras, haciéndolas tan grandes – hasta de cinco pies de altura –, que sus piezas deben ser ensambladas.
Caretas sobre caretas de monstruos horripilantes, de tigres, dragones, monos y elefantes, se construyen sobre una base de yeso cubierto de papel de periódico y de cemento. Los disfraces son confeccionados con desechos del entorno, fibras de sacos, plásticos, tapas de refrescos, y dan a Constanza su propia personalidad carnavalesca.
Fuentes de referencias y otros enlaces: