Los dominicanos viven tan expuestos a la música y al baile, que, sin esfuerzo y sin someterse a ningún tipo de aprendizaje, se han convertido en seres rítmicos. Sentados o parados, llevan el pulso de un ritmo con los pies, y mueven de manera involuntaria sus cuerpos siguiendo el tiempo de los compases.
No es extraño que como pueblo hayan producido incontables expresiones musicales, algunas mundialmente conocidas, y otras que los estudiosos de la música popular dominicana solo han encontrado cultivadas en comunidades específicas del país o que están vinculadas a festividades religiosas, y que difunden en sus presentaciones especiales los grupos folklóricos.
Es música, en general, de ritmos sencillos, muchas veces repetitivos, que parecen imitar las pulsaciones cardíacas, y que de hecho tienen un efecto energético automático de resonancia que penetra en el espíritu y que pone a vibrar el cuerpo.
Y como todas las manifestaciones de la cultura popular, algunas de las peculiaridades que las caracterizan y hasta sus propios orígenes – sobre los que disputan incansablemente los académicos – siempre aparecen envueltos en cierta bruma histórica.
Lo que ocurre es que nadie anuncia su aparición, porque un género musical de esta naturaleza nunca surge plenamente articulado, sino como una especie de muñón rítmico, que va mutando con constantes fusiones e influencias de otros ritmos en boga, en una cadena de metamorfosis identificable pero inacabable.
Como el pueblo dominicano nació de una mezcla de culturas, esencialmente la europea de los colonizadores o de los poderes dominantes en su etapa de formación y la africana de los esclavos, las manifestaciones culturales que constituyen su tradición – la música popular entre ellas – representan la amalgama de esas mismas esencias.
El mismo fenómeno se produce a lo largo de la historia misma de las expresiones musicales típicamente dominicanas que se han hecho universales, en las que las combinaciones rítmicas o las interpretaciones con variados instrumentos son una constante.
Surgieron como creaciones populares en una sociedad eminentemente agraria. Sus intérpretes las utilizaron como vehículos para contar un suceso, o para expresar lo que los alegraba, lo que los apenaba, lo que les disgustaba o lo que les satisfacía. Y su lírica respondía a esos estados de ánimo, que eran manifestados en la forma cruda y sin adornos que caracterizaba el nivel socio-cultural de sus creadores.
Su ingreso a los salones de fiesta urbanos fue parte de un largo proceso evolutivo de legitimación que contó con el aporte de músicos y arreglistas que incorporaron instrumentos nuevos a su interpretación, y que sobre todo elevaron el nivel de su lírica para hacerla “potable” a un ambiente más sofisticado.
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¿Sabías que? En el 2010 se produjo el documental Sol Caribe, el cual cuenta las principales características de la música popular dominicana, desde sus propios exponentes. Mira el trailer aquí: https://www.youtube.com/watch?v=08A8jHPTons
Entre los ritmos populares dominicanos, el merengue y la bachata son los dos géneros más sobresalientes, por la extendida difusión que han alcanzado debido a dos importantes fenómenos: la emigración masiva y el surgimiento de exitosos intérpretes y grupos musicales. Pero ambos, teniendo que competir con manifestaciones musicales que de tiempo en tiempo se ponen de moda, han ido siendo de objeto de modificaciones instrumentales y armónicas. Su adaptación, claramente, ha garantizado su vigencia.
Otros muchos ritmos, que no han gozado de cultivadores creativos, no han ganado fama internacional, aunque sus expresiones se mantienen vivas y fieles a características originales, en la interpretación de los numerosos grupos folklóricos existentes, como una muestra de la riqueza musical de la cultura popular dominicana.
Existen otros más, menos conocidos, vinculados a prácticas o ritos de religiosidad popular. Son manifestaciones culturales que se han mantenido sin cambios en el tiempo, y que son practicadas por pequeños grupos en algunas poblaciones. Se les considera igualmente definitorios de la identidad dominicana.
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Ningún investigador ha podido dar con el “acta de nacimiento” del merengue, pero los que han rastreado la historia de su evolución como ritmo folklórico y como baile coinciden en reconocer que es el símbolo musical de la identidad del pueblo dominicano.
El periodista Luis Eduardo Lora (Huchi) le atribuye una “influencia decisiva” en el temperamento alegre del dominicano.
Su lírica se ha utilizado popularmente para hablar de la realidad social o política, o para referir acontecimientos históricos o cotidianos del pueblo. Yaqui Núñez, famoso presentador de la televisión dominicana, lo dijo bien: “Desde el principio…desde los primeros habitantes…la música ha sido una forma no sólo de contar, sino de cantar la historia de este pueblo. Siempre ha habido aquí un cantar bailando y un bailar cantando en esta puerta del Nuevo Mundo”.
¿Sabías que? La Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) declaró el 30 de noviembre de 2016 el merengue de la República Dominicana Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. El Comité Intergubernamental, durante su reunión anual en Adis Abeba, tomó la decisión al considerar que el merengue dominicano «desempeña un papel activo en numerosos ámbitos de la vida diaria de la población: la educación, las reuniones sociales y amistosas, los acontecimientos festivos e incluso las campañas políticas». La Unesco destacó que este elemento del patrimonio cultural inmaterial «se transmite esencialmente mediante la participación y su práctica atrae a personas de clases sociales muy diferentes», contribuyendo a «fomentar el respeto y la convivencia entre las comunidades».
El merengue es la música popular dominicana más universal. Comenzó a hacerse notar como distintiva a mediados del siglo XIX, acogida por una juventud impetuosa que rompía con los moldes solemnes de los ritmos europeos en boga, sobre todo en la región del Cibao, en el centro del país. Veinticinco años después ya comenzaba a ser acogido en algunos clubes de las zonas urbanas.
Es la expresión musical que más cambios ha tenido, lo que ha dado lugar a que los investigadores de sus particularidades rítmicas hayan identificado numerosas variedades en su interpretación, en su instrumentación y en el tiempo de sus compases.
Originalmente se interpretaba con un conjunto de guitarras, güira, tambora y marimba. En el último tercio del siglo 19, el acordeón diatónico, de procedencia alemana, sustituyó a las guitarras.
Posteriormente, la marimba, cuyo sonido imitaba el de un contrabajo, fue sustituida por la guitarra-bajo eléctrica. Luego, se le incorporó el saxofón, y en algunos conjuntos, el piano. La güira, hecha de metal, es un instrumento auténticamente dominicano. Es un raspador, que guarda cierta semejanza con los güiros tradicionales hechos de calabazos secos. Se toca sosteniéndola verticalmente, agarrada por su asa con una mano, y con la otra se rascan las estrías de su superficie con un gancho que termina en forma de peine de púas metálicas.
El merengue está articulado en tres partes o secciones. Comienza con el llamado “paseo”, una introducción instrumental que suena como una especie de marcha lenta. Le sigue el “cuerpo del merengue”, que es la sección cantada y bailable. Y concluye con el “jaleo”, caracterizado por estribillos vocales. Tras el “jaleo”, los intérpretes repiten la parte cantada.
El ritmo que lo caracteriza se produce con la tambora, cuyo sonido proviene del uso de ambas manos. Es un tambor de dos cabezas, de forma cilíndrica, hecho de un tronco de árbol ahuecado, cuya originalidad es que tiene el cuero de un chivo macho de un lado, y en el lado contrario, el cuero de una chiva, atados con cuerdas de cabuya. El cuero del lado derecho se toca con una baqueta, y el del lado izquierdo, con la palma de la mano.
Se baila en parejas, que mueven piernas y caderas mientras permanecen abrazadas, dando vueltas por el salón, en ocasiones dando pasos y haciendo figuras que remedan los movimientos de otros ritmos que han influido los cambios del Merengue, como el jazz, el twist y el rock and roll.
Algunos investigadores identifican cuatro variantes del Merengue: 1. El Merengue Liniero, originado en la llamada Línea Noroeste; 2. El Merengue Quebrado; 3. El Merengue de Pregunta y Respuesta; y 4. El Merengue Pambiche.
El investigador folklórico Fradique Lizardo establece la existencia de ocho variantes: 1. El Merengue Cibaeño, el llamado “típico” o “perico ripiao”; 2. El Merengue Liniero; 3. El Merengue Juangomero, originario de la población noroestana de Juan Gómez; 4. El Merengue Pambiche; 5. El Merengue Redondo, que es exclusivo de la provincia de Samaná; 6. El Merengue de Atabales, de la región sureste; 7. El Merengue Ocoeño, de la ciudad sureña de San José de Ocoa; y 8. El Merengue de Balsié, que se toca en el suroeste.
Otras dos variantes de reciente aparición son el Merengue Maco, o “a lo Maco”, cuya característica distintiva es un cambio rítmico en el toque de la tambora, y el Merengue de Calle, en cuya interpretación se introduce el uso del timbal, y en el que se aumenta la velocidad de la ejecución.
«El merengue es siempre alegre, yo creo que ha influido de manera decisiva en el temperamento alegre del dominicano». Huchi Lora, Periodista dominicano en el documental Sol Caribe.
¿Sabías que? Luis Alberti tiene el indiscutible mérito de ser el compositor popular dominicano de que proyectó el merengue dominicano a nivel internacional. ‘Compadre Pedro Juan’, es una de sus creaciones más conocidas.
Es un género musical más reciente, que surgió en la década de los años 60s del siglo pasado en la zona rural de la región del Cibao. Apareció con claras influencias de la vieja música romántica latinoamericana interpretada por tríos y cuartetos con guitarras, acompañados por maracas, bongós, güira y claves, especialmente del llamado bolero rítmico cubano.
Para los dominicanos, “bachata” significa fiesta, encuentro social festivo, y fue de ese modo como la música que se interpretaba en esas ocasiones terminó asumiendo el nombre que se daba a las fiestas. Se interpretaba con conjuntos de guitarras, maracas y marimba.
Sus primeros cultivadores interpretaban las letras románticas de sus canciones con una voz llorosa, cargada de emoción, y esto y sus temas – amor-desamor, sufrimientos y desilusión — condujeron a que se la caracterizara como “música de amargue”.
Su desarrollo con estilo propio, esencialmente urbano, incluyó una mezcla con el son y la guaracha cubana, con lo que se aceleró el ritmo de su interpretación. Además, su lírica pasó de los temas románticos a los temas sociales. Con esa transformación la Bachata pasó a convertirse en música bailable, ganando una mayor aceptación y difusión.
Modernamente, se han introducido en su ejecución la guitarra-bajo eléctrica, los bongós y los saxofones.
Su música se interpreta en un compás de cuatro por cuatro. Se baila en pareja, dando una serie de pasos simples que producen un movimiento de adelante para atrás o de costado a costado. Se dan tres pasos, que se corresponden con los primeros tres tiempos, y son seguidos con un toque de pie en el cuarto tiempo. La mujer empieza los pasos con el pie derecho, y el hombre, con el izquierdo. A veces las parejas bailan bien pegados uno al otro, y, en otras, hacen figuras con giros y movimientos de caderas.
¿Sabías que? Juan Luis Guerra popularizó la bachata en el país en los años noventa y le dio un nuevo toque, similar al bolero. En el año 2002 la canción «Obsesión» interpretada por el grupo de bachata Aventura, marcó el inicio de una nueva forma de cantar este género tropical, al mezclarse con el pop y otros géneros.
Asombra saber que aunque prácticamente desconocido hoy, la contradanza conocida como La Tumba, hasta mediados del siglo XIX, fue considerado el baile nacional dominicano. Fue poco a poco sustituido por el Merengue, cuyo reinado, de más de siglo y medio, dura hasta el presente.
La descripción del baile, hecha en la publicación titulada “Une visite chez Soulouque”, del ciudadano francés Paul Dhormoys, quien visitó la República Dominicana en esa época, es la siguiente:
Los investigadores de la música popular dominicana coinciden en señalar que fue una modalidad criolla emanada directamente de la contradanza, un baile de figuras ejecutado por varias parejas a la vez. Su nombre indica que las parejas bailan una frente a otra.
Uno de ellos, Edna Garrido de Boggs, la describe como un baile colectivo, en el que las parejas forman dos hileras, una frente a la otra. Se forman figuras y se cambia de pareja. La música, según dice, se interpreta con acordeón, güiro y tambora.
Otro, Fradique Lizardo, apunta que la coreografía es claramente de origen cortesano. “Esas tantas reverencias y cambios y actitudes de desprecio, nos hacen recordar actitudes de torneos, justas, juegos de prenda, juegos de cañas y cosas parecidas”.
Para el destacado investigador folklórico Esteban Peña Morell, la Mangulina es creación criolla derivada de los aguinaldos y de los jaleos de las Islas Canarias. Dice que es la música típica del país, y se originó en Hicayagua, en El Seibo, de donde extendió su popularidad a todo el territorio nacional. Hay quienes disputan que su origen es sureño.
Varios autores citan la existencia de una copla tradicional en la que se hace derivar el nombre de ese ritmo del de una mujer: Mangulina se llamaba / La mujer que yo tenía / Y si no se hubiera muerto / Mangulina todavía.
La Mangulina es un tipo de composición que consta de dos partes: La copla, con letra que lo mismo puede ser religiosa, o política, o erótica, o satírica, y la mangulina, como estribillo.
Se baila dando vueltas rápidas las parejas enlazadas, primero en una dirección y luego en otra, combinándolas con pasos hacia adelante y hacia atrás. Los conjuntos que la interpretan consisten de balsié, acordeón o violín, güira y pandero.
En su estudio sobre el origen y las características distintivas de este baile, el folklorista Fradique Lizardo concluye diciendo que la coreografía del Carabiné proviene de otra danza, la Isa, un canto y baile típico de las Islas Canarias. Dice que no puede ser una coincidencia que ambos tengan once figuras iguales.
En la sección del paseo, las parejas entran en el salón, el caballero sosteniendo con su mano derecha la izquierda de su pareja, la cual lleva la derecha a la cintura. De esta manera, todas las parejas forman un círculo, dentro del cual quedan los caballeros.
Al mando de contramarcha, dan la vuelta en sentido contrario, quedando entonces las damas al lado izquierdo de su parejo. Se sueltan las parejas bailando de frente. Se dan pasos a un lado y otro, en forma de un ligero balanceo, y vueltas en el mismo sitio.
Luego forman una cadena. Los hombres agarran el antebrazo izquierdo de su pareja, con el suyo pasando por detrás de ésta; ofrecen el derecho a la dama que contigua, pasando por delante, y así sucesivamente, hasta llegar a su parece inicial, con la que terminan bailando enlazados.
Los movimientos de la Isa canaria son: a) paseo del hombre y la mujer cogidos de la mano; b) cadenas; c) cambio de parejas; d) corros o rondas; e) rueda interior de mujeres y exterior de hombres, y viceversa; f) salida, tomados de la mano como al principio.
Una tesis sobre el nombre es que proviene del hecho de que los soldados haitianos que participaban de un sitio a la ciudad de Santo Domingo – los “carabinier” — que veían a los dominicanos bailarlo, terminaron imitándolos, pero manteniendo su arma en el hombro.
Es un baile de grupo circular ideado para imitar la tarea de guayar la yuca para hacer el casabe, una tradición dominicana que proviene de la cultura taína. En él se introducen varias figuras, la más común de las cuales es la del número ocho. Musicalmente, es un jaleo, que consiste en un ritmo de cuatro compases tocados en el güiro y la tambora. La tambora se toca sin palito, usándose los dedos y las palmas de las manos en el borde superior y en el parche.
Ramón Emilio Jiménez lo describe como un “baile de figuras en el cual las parejas van formando, en sucesivas y acompasadas actitudes de cambio, una cadena. Las parejas, enlazadas, se saludan, y a la voz de ¡yuca! Rompen la sugestiva ondulación, el mixto encaje humano en que la dama va esquivando a la otra dama y entregando a diferentes manos varoniles los lirios de sus manos”.
Nos dice que “el nombre de yuca lo debe el baile al ruido isócrono (que se realiza con un ritmo constante, con períodos de igual duración) del blanco pan indígena que va y viene sobre el guayo, imitado en el roce del pie con el suelo, que la gente denomina escobillar. Cuando vibra de nuevo la voz ¡yuca!, el cordón danzante se interrumpe sin que nadie pierda un solo momento el compás, y así continúa el baile entre el collar humano que se rompe y torna a nuevo empate, hasta que muere en medio de las aclamaciones de los espectadores”.
Es un baile muy movido, que se baila en pareja, y que fue muy popular a principios del siglo XIX.
La mujer hace una especie de zapateo y mueve los pies en pasos largos, combinados con pequeños saltos también acompasados. El hombre baila en la forma que llaman “espantada”, porque da saltos y hace determinados movimientos como si estuviera expresando susto o espanto.
Se interpreta, como tantos otros ritmos populares dominicanos, con acordeón, güiro, tambora y saxofón.
Es un género musical vinculado a rituales de religiosidad popular, con claras raíces africanas, sobre todo de la región del Congo, como han determinado los investigadores del folklore musical dominicano, quienes sostienen, además, que hay grupos de palos en toda la geografía nacional.
El solo y la respuesta es la técnica de tocar los atabales religiosos o festivos, y consiste en que un solista expone los versos y un coro le responde.
El grupo instrumentista se compone de tres tambores de forma cilíndrica y de dimensiones diferentes: el Palo Mayor, que es el de mayor tamaño; el Palo Mediano, y el Alcahuete, que es el más pequeño, y puede incluir un güiro y palitos con los que se toca en cualquier superficie que tenga resonancia. El protagonista del baile es el cantante principal, quien, además, toca el Palo Mayor.
Para Coopersmith, lo más característico de la ejecución es la interpolación por parte del líder, en ciertos momentos, de un texto hablado, durante la cual el acompañamiento y las contestaciones del coro continúan. Cuando se usa la fórmula de décima, la cuarteta sugiere la idea para la unificación de la estructura poética; en el caso de la forma de copla, el elemento unificador, además de la interpolación hablada, es la repetición de cada tercera copla, cambiando las dos primeras en cada sección.
Según el propósito, los atabales se clasifican en palos mágico-religiosos y palos ceremoniales. Los primeros son aquellos en los cuales se les rinde culto a santos católicos, y en los segundos se hacen rituales para recordar a los difuntos, o en ofrecimientos de promesas. Los palos festivos se bailan y se cantan. Los palos de muertos se tocan despacio, rozando los dedos en el cuero del atabal, para simular un quejido. Son las llamadas Velaciones o Noches de Vela.
Los palos bailables se bailan en pareja o sueltos: el hombre persigue a la mujer, mostrando su rol de conquistador, y en otros casos, es la mujer la que toma la iniciativa y dirige los movimientos.
Es un ritual religioso y festivo que surgió de una legendaria historia mediante la cual la imagen de un santo católico, San Juan Bautista, llegó a manos de una familia de Baní, que lo ha mantenido como tradición durante generaciones.
Se cuenta que la imagen, de unos dos pies de altura, fue adquirida en Haití, pero se carece de información sobre los orígenes de los ritos que se llevan a cabo alrededor de ella, o sobre el nombre mismo de Sarandunga con el que sus practicantes designan el baile que preside sus conmemoraciones.
El ritual se realiza el 24 de junio de cada año, o sea el Día de San Juan Bautista en el santoral de la Iglesia Católica.
En la mañana de ese día, la Hermandad o Cofradía formada por la familia propietaria de la imagen, sus parientes, devotos y amigos, la llevan a bañar al río. Luego, se bañan todos los participantes. Entonces, la imagen, cada año con nuevas vestiduras, es colocada en unas andas, y es llevada en procesión hasta la residencia y colocada sobre una mesa.
Desde ese momento comienzan las celebraciones y los agasajos en su honor.
En la tarde, se celebran juegos populares, y en la noche se baila la Sarandunga y se cantan “moranos”, que son estribillos formados por una cuarteta de versos hexasílabos aconsonantados (que riman en consonantes), propios de la lírica tradicional castellana. Una variante de la Sarandunga es la “jacana”, que es una forma más lenta del baile.
Los músicos usan güiro y tres tamboras pequeñas, cubiertas con cuero por uno solo de sus lados. Tocan sentados, con sus instrumentos colocados entre las piernas. Al tiempo que tocan, también cantan, y son coreados por la rueda de espectadores.
Una vez empieza la música, una pareja entra en el ruedo y baila.
La folklorista Edna Garrido de Boggs describe así el baile: “la mujer, con la falda graciosamente cogida por ambos lados, toca el hombro de su compañero y empieza los primeros pasos, girando, según el caso, de un lado a otro, y siempre describiendo un círculo dentro de la rueda que forman músicos y espectadores, y sin levantar los ojos del suelo mientras baila. El hombre, con postura arrogante, con un pañuelo en la mano derecha, el cual sacude delante de la pareja, cuando el caso lo requiere, la persigue. Algunas veces, el hombre levanta los brazos en actitud de abrazar a su compañera, pero ésta se aparta oportunamente, y el abrazo no llega a efectuarse. Otras veces le zapatea o se tocan los hombros, o la mujer le pone baile, es decir le baila de frente, pero cuando él se acerca mucho, ella torna a esquivarse. Exceptuando los pies, ninguna otra parte del cuerpo se mueve”.
Cuando una pareja ha bailado bastante, otra pareja entra al ruedo, y todo comienza de nuevo.
En el pasado y todavía hoy, las bandas municipales y militares han sido la alegría de los pueblos con sus retretas y alboradas para conmemorar cada efeméride de la historia. Algunas de estas bandas de música datan de más un siglo, renovando sus integrantes de generación en generación. Cada una de estas instituciones incluye su propia academia destinada a la preparación de los nuevos miembros a los cuales se les debe proveer de sus correspondientes instrumentos. Estas academias municipales, han constituido siempre la mayor fuente de formación de nuevos ejecutantes y de ellas se nutren las orquestas y demás grupos. Sin embargo, la demanda de músicos jóvenes y de buena formación por parte de las agrupaciones que operan en las más populosas ciudades, ha constituido de antiguo un serio problema para el mantenimiento y la estabilidad de las bandas municipales, mucho más al presente frente al auge y la popularidad de dichas orquestas, hecho que explica el sustancioso incremento de los salarios. Los músicos de las bandas municipales, en contraste, perciben sueldos muy precarios, dando lugar al mencionado éxodo.
Por su parte, las bandas militares adscritas a los diferentes cuerpos castrenses, atraen a buen número de ejecutantes en busca de remuneraciones más atractivas como asimilados. Además de estos sueldos, les seduce la estabilidad y permanencia en dichas funciones, con escasos riesgos de suspensiones.
El bolero forma parte del cuantioso tesoro de composiciones románticas en la Republica Dominicana. Es de notarse, mucho antes de aparecer esta denominación como género, y específicamente desde el medio Siglo XIX, la composición dominicana de este tipo, entiéndase por ello aquellas de melodías bien trenzadas y letras con sentido poético refinado, es resaltada en documentos confiables de la época. Autores, cuyos nombres quedaron olvidados sin quererlo entre los meandros de la historia, forjaron todo un florilegio de las llamadas “Romanzas”, páginas hermosas de gran lirismo que conocimos gracias a la cuidadosa recolección del maestro José Dolores Cerón y certificadas muy recientemente con sus autores por el intelectual y musicólogo Miguel Holguin Veras en un trabajo digno de encomio.
Más tarde, a partir de los años treinta, nuevas composiciones populares bajo el nombre de bolero tuvieron lugar en el país escritas por laureados autores. Tres de ellos ocupan el excelso pináculo de la gloria, no sólo por su remota aparición en el tiempo, sino, por su permanencia en el mismo: Juan Lockward, Salvador Sturla y Manuel Sánchez Acosta. Durante la década siguiente y propiciado por la entonces Voz Dominicana, el país conoció una verdadera pléyade de fecundos compositores de canciones y boleros cuya riqueza cultural permanece imperturbable ante los efectos del tiempo y las generaciones, así como por los nuevas y sucesivas tendencias, por más profunda que parezca su penetración.
Desde entonces, esta producción de baladas y boleros románticas se ha mantenido constante, tanto en número como en calidad. Necesario es comprender, sin embargo, el desafío a que ha sido sometido la música en sentido general, ante un mundo en crisis y de continuos acontecimientos transformadores. El músico-compositor trabaja bajo el influjo inexorable de corrientes tecnológicas fascinantes pero preocupantes a la vez, que imponen metas de consumo diferentes al pensamiento creador, y mucho más cuando se trata de música popular, con toda la carga de mercadeo que la comprime y manipula.
Santo Domingo ha presentado su respuesta en concordancia con estos desafíos y reclamos de la convulsionada sociedad actual, conjugando las líricas del amor intenso, sufrido y abandonado, con las melodías sencillas del ayer, sin pretensiones ni complejas armonías. La modalidad llamada bachata ha causado las mejores e inesperadas impresiones en otras latitudes, hasta en las más lejanas, aunque siempre bajo el protectorado de las comunidades de compatriotas que van de manos con sus amoríos forjados en el lugar.
La bachata canta y llora, lo segundo más que lo primero, ciertamente, porque en el llanto está su mejor arma de penetración. Es en efecto, una expresión de tipo cultural que antes de ser desdeñada con o sin razón por los académicos y puristas de la música, debe ser bien ponderada por todos, aunque mucho más por aquellos que se ocupan de estudiar los movimientos y respuestas sociales de los pueblos cuando sus intereses individuales y ciudadanos son lesionados por la inclemencia de los acontecimientos.
Güira, tambora y acordeón constituyen los instrumentos musicales que definen el llamado «perico ripiao» o «conjunto típico».
Acerca del origen de la guira existen posiciones encontradas. Para algunos investigadores era usada por los aborígenes bajo el nombre de guajey. Otros sostienen que es de creación dominicana o puertorriqueña.
Inicialmente se usaba la guira de bangaña o calabaza, pero en la actualidad se prefiere la de metal, conocida con el nombre de guayo.
Del África nos llega la tambora, instrumento clave en la estructura rítmica del baile nacional. La criolla se construía especialmente en la Línea Noroeste donde usaban un tronco de árbol ahuecado montándose los parches sobre aros atados con un cordón de pita. Sobre estos parches se colocaba un cuero de chivo de un lado y de chiva del otro, que es la parte que se toca con madero.
Esta bipolaridad sexual cobra vigencia en la cadencia rítmica del merengue: Mientras la palma de una mano golpea su respectivo parche sirviendo a la vez de apagador, la otra percute con delgado madero. Un tercer sonido, seco, lo provoca el impacto del bolillo sobre el aro del bejuco.
Como en otras manifestaciones de la cultura dominicana la música popular se ha visto enriquecida con la importación de instrumentos musicales foráneos. Tal es el caso del acordeón, que llega al país a fines del siglo XIX, entrando directamente a los campos del Cibao, región que sostenía un activo intercambio comercial con Europa, pero de manera especial con Alemania.
Dentro de las mercancías importadas de Europa llega el acordeón de Austria incorporándose a los campos cibaeños cuando ya estaba de moda el merengue, que hasta entonces basaba su melodía en los instrumentos de cuerda españoles: guitarra, tres, cuatro y triple.
Estas cuerdas casi no se dejaban escuchar por el sonido de la tambora y la guira, siendo el acordeón la solución, desplazando rápidamente a las primeras para hacer trío con las segundas. Posteriormente el trío se amplía con la «marimba», rudimentaria sustituta del contrabajo, y luego con el saxofón.
Bibliografía