Las frutas, legado jugoso de la conquista
Suculentas, jugosas, nutritivas y abundantes, los taínos tenían en las frutas una fuente fundamental de alimentación. Esa herencia de la naturaleza tropical se ha preservado con el paso de generaciones que han aprovechado los sabores, aromas y texturas de una buena parte de las frutas que cultivaban los pobladores originales de la isla.
Entre las que hoy se cultivan regularmente están la guanábana, el mamey, el caimito, la guayaba, el jobo, la lechosa, la uva de playa, el anón, la jagua, la piña y el mamón.
La guayaba, según los taínos, era una fruta apetecida por los muertos que – con forma de murciélago– salían de sus cuevas durante la noche para disfrutar del manjar. Del jobo, otro alimento ideal para los murciélagos, los indígenas decían que salió de cuevas y el sol lo convirtió en un árbol.
La lechosa se denominaba papaya, un nombre por el que se la conoce en el resto del continente.
Sin ser autóctonas, muchas frutas que forman parte de la dieta criolla llegaron después del descubrimiento como parte del botín comestible que obtenían los conquistadores durante sus travesías. El níspero, el aguacate, el zapote, el limoncillo, el cajuil y el granadillo son las más conocidas y consumidas.
Otras llegaron de Europa a enriquecer el arsenal de sabores tropicales, con una adaptación que ha trascendido los siglos: naranjas, limones, higos y guineos se hicieron populares en este lado del Atlántico. Y desde Asia llegó para siempre el tamarindo.