Turismo Cultural en Santo Domingo
Los tainos en República Dominicana
La cultura taína como tal debemos encuadrarla entre los años 800 y 1.500 de la era cristiana. Anteriormente vivían otros grupos del mismo tronco étnico en Las Antillas, pero su máximo desarrollo social, y las muestras más significativas que nos quedan de esta cultura se dan después de la llegada del último grupo de inmigrantes provenientes de la cuenca Orinoco-Amazónica.
Los taínos salieron en canoas desde Colombia y Venezuela y una por una fueron colonizando Las Antillas Menores hasta llegar a Puerto Rico, Jamaica, Santo Domingo y Cuba. Cuando llego Cristóbal Colon, fue precisamente esta la cultura que encontró en las islas y la primera que les dio a los conquistadores la idea de lo que era el nuevo continente que descubrieron para Europa.
Pocas culturas tan importantes para el desarrollo de la historia moderna son tan desconocidas como la civilización taina. A pesar de que la primera visión que los europeos tuvieron del continente americano fue dada precisamente por los habitantes de Las Antillas, su memoria no ha perdurado de la manera que merecía. Tal vez la circunstancia de que estos “hombres buenos” fueron exterminados en el transcurso de sesenta cortos años, ha sido la causa determinante del olvido en que quedo su memoria. También el hecho de que su cultura se juzgo de forma interesada y etnocéntrica por parte de los conquistadores apoyo el olvido en el que quedaron los antiguos pobladores de las islas del Caribe y la incomprensión con la que se trata su cultura. Para los primeros viajeros a las Indias, salvo excepciones tan nobles como Fray Bartolomé de Las Casas o el padre Montesinos, los indios no eran mas que salvajes desnudos, cargados de vicios e idolatrías y susceptibles de ser esclavizados.
Nada más lejos de la realidad. Los aborígenes de La Española vivían desnudos, pero no porque no supieran tejer o desconocieran los vestidos, sino porque simplemente no consideraban necesario cargar su existencia con los pesados y poco higiénicos ropajes entre los que los europeos se asfixiaban en el calor de los trópicos. Tenían su propia religión adornada con mitos e historias fantásticas, pero no lo eran menos que las que se relatan en la tan admirada mitología griega. No contaban con el espíritu competitivo y materialista de los conquistadores, ni siquiera apreciaban el valor del oro, pero habría que ponderar si realmente era esto algo que se pudiera considerar negativo. Este vicio tan extendido que nos hace pensar a un grupo humano, que somos mejores que otros que técnicamente están menos evolucionados, se llama etnocentrismo, y en su nombre se han llevado a cabo mas genocidios que por ninguna otra causa conocida. La triste realidad era que, además de su exacerbado etnocentrismo, los colonizadores, para justificar la reducción de los taínos a la esclavitud, traban de presentar su cultura de la manera más negativa ante los reyes de España y ante la sociedad europea en general. De esta forma consiguieron que Isabel de Castilla autorizara que se encomendaran grupos de indios a los colonizadores para educarlos y adoctrinarlos en la fe católica. Las buenas intenciones de la reina, que siempre considero a los nativos de la Española como súbditos libres, fueron aprovechadas para someter a la esclavitud a los taínos y acabaron provocando su irremisible exterminio.
El taino era culto, tenia un sentido artístico exquisito y prueba de ello son las impresionantes obras fabricadas en piedra, madera, hueso y concha por sus artífices que aun conservamos. Tenemos noticia de su música y de sus delicados cantos, de su sistema de aprendizaje y de transmisión de conocimientos a base de los “areitos”, canciones en que se conservaban vivas sus tradiciones y que se transmitían de generación en generación. Sabemos de su organización política, ideal para asegurar la subsistencia de su cultura. Conocemos por los escritos de la época su generosidad y sencillez, su habilidad en la caza, la pesca y su forma de cultivar los campos. Sabían de astronomía, tenían un completo calendario y también poseían un sistema de comunicación a base de jeroglíficos del que queda constancia entre las pinturas de las cuevas. La cultura de los taínos estaba basada en mantener una perfecta armonía entre sus necesidades y el respetuoso aprovechamiento de los recursos naturales que les brindaba esta prodiga tierra. Verdaderamente cuanto más se profundiza en el estudio de su cultura más admiración despierta el perfecto dominio que tenían sobre su medio natural. En estos tiempos en los que los humanos estamos dándonos cuenta de la necesidad de respetar la naturaleza, la cultura de los taínos resulta un excelente ejemplo del camino a seguir para poder mantener el equilibrio de la biodiversidad en nuestro planeta. Seria muy positivo que los hombres de este tiempo tuvieran también algo de “taínos”.
Lógicamente no todos los habitantes de la isla tenían el mismo nivel cultural, pero precisamente en el área que ocupa el Parque Nacional del Este vivía uno de los grupos aborígenes más característico y más avanzado socialmente de Quisqueya, como los taínos denominaban a la isla que los españoles bautizaron como La Española, y que en la actualidad se denomina Santo Domingo. Los aborígenes llamaban a la parte Este de la isla Caicimu, y el área del Parque Nacional del Este al parecer pertenecía al cacicazgo de Arabo.
A pesar de toda la incomprensión de los conquistadores hacia los taínos, hubo un sacerdote catalán, Fray Ramón Pane, que fue comisionado por Cristóbal Colon para estudiar y rendir un informe a cerca de la religión y los usos de los mal llamados “indios”. Fruto de los largos años que Fray Ramón convivió con los indígenas, nació un documento, hoy perdido en su versión original, llamado “Relación de las Antigüedades de los Indios”, auténtica Biblia taína, en la que se nos informa de un buen número de historias mitológicas.
En el Parque Nacional del Este se encuentra el centro de culto más importante que nos han legado los taínos descubierto hasta el momento, la cueva de José María, donde se atesoran mas de mil doscientas pinturas indígenas. Precisamente es la obra de Fray Ramón Pané donde podemos encontrar una de las escasísimas referencias a cerca de la costumbre que aquellos hombres tenían de pintar en las cavernas: “Y también dicen que el sol y la luna salieron de una cueva, que esta en el país de un cacique llamado Mautiatihuel, la cual cueva se llama Iguanaboina, y ellos la tienen en mucha estimación, y la tienen toda pintada a su modo, sin figura alguna, con muchos follajes y cosas semejantes”.
Los primeros pobladores de la isla llegaron alrededor del cuarto milenio antes de Cristo. Estos hombres eran cazadores y vivían en las cuevas. Sus utensilios eran de piedra tallada y es bien poco lo que de ellos conocemos. Con toda probabilidad fueron los primeros que grabaron imágenes en las rocas a la entrada de las cavernas. En época muy posterior, hacia el siglo cuarto antes de Jesucristo llega la primera migración de pueblos agricultores. Provenían de la cuenca de los ríos Orinoco y Amazonas, trajeron la técnica para fabricar piezas de cerámica y eran parte de la etnia Arahuaca. Durante siglos fueron ocupando isla tras isla del arco Antillano hasta que un día desembarcaron en las costas de Santo Domingo. Probablemente estos hombres también pintaron en las cuevas, pero no vivían necesariamente dentro de ellas, sino en viviendas de madera, los bohíos. Mas tarde, posiblemente hacia el año ochocientos de la era cristiana llego una nueva migración de pueblos arahuacos a la isla y este pueblo fue, junto a los descendientes de la primera migración de agricultores, el que siete siglos mas tarde debió enfrentarse a la llegada de los españoles a las islas del Caribe.
Los taínos que encontraron los conquistadores llamaban a la isla Quisqueya. Tenían una compleja religión en la que sus principales dioses eran el sol y la luna y para ellos las cuevas eran lugares sagrados donde se realizaban ceremonias de gran trascendencia. Por ejemplo, en ellas guardaban “cemíes”, que eran poderosas figuras en piedra, cerámica, madera o tejido, mediante las cuales invocaban a los dioses, estos ídolos tenían en si mismos poderes mágicos a los que podían acudir en busca de ayuda cuando la necesitaban. Para realizar este complejo acercamiento a sus dioses empleaban un potente alucinógeno, la cohoba, la cual convenientemente preparada e inhalada posibilitaba las visiones del mundo mítico y la platica con las deidades.